EL REFLEJO DE NARCISO
“En la mitología griega, Narciso era un joven apuesto y en el amor nada era suficiente por culpa de su ego y su vanidad. Una ninfa que cayó a sus pies, Eco, decidió seguirlo un día que salió a cazar. Ella había sido castigada por Hera y sólo podía repetir la última palabra que el otro dijese en una conversación, así que no tenía voz, pero a través de los sonidos de la naturaleza le hizo entender a Narciso que lo amaba. ¿Y qué hizo él? La rechazó cruelmente burlándose de ella, y Eco se marchó a una cuerva en la que pasó el resto de su vida sola y consumida por la tristeza. Pero antes le rezó a Némesis, diosa de la venganza. El Reflejo de Narciso.
Para castigarlo, Némesis hizo que él se enamorase de su propia imagen. Así que
cuando Narciso se vio reflejado en el ría fue incapaz de alejarse de la imagen que vio y al final, intentando atraparla, se lanzó al agua y se ahogó. Dicen que justo en el sitio donde cayó crecieron las flores que hoy en día conocemos como narcisos”.
Quiero resaltar la palabra: reflejo, como una forma de entender que, lejos de ser mitología, sigue siendo una realidad y lo aplico en relación el uso de las cosas que compramos y que hoy mismo, esas cosas ya no son vistas como algo externo sino como una extensión de uno mismo o que ya forman parte de nuestra identidad, en otras palabras, las cosas no son algo diferente de nosotros mismos si no son una parte nuestra.
No me entiendan mal, no estoy hablando de un consumismo o materialismo de las cosas sino que, en una visión enferma (no hay otra forma de entenderlo) ya es un consumo de nosotros mismos, no de las cosas sino de nosotros mismos. Si no, no se entendería que pasamos más tiempo con las cosas que forman ya parte de nosotros mismos que con las demás personas, léase, esposa, hijos, compañeros de trabajo etc., con los que llevamos una relación -dicho por lo menos-, toxica.
Anselm Jappe, en su libro Sociedad autófaga la describe psicológicamente como narcisismo secundario, partiendo de la terminología freudiana.
Es conocido que Jappe es un crítico del capitalismo e intenta de esta manera denunciar por decir lo menos, estas actitudes a la usanza de nuestra sociedad, consumirnos de tal manera en el uso de las cosas, especialmente tecnológicas que ya no son vistas como algo externo, sino que ya las consideramos parte de nosotros mismo.
Podemos leer en la publicidad de este libro: “¿Cómo viven los individuos la sociedad mercantil? ¿Qué tipo de subjetividad produce el capitalismo? Para comprenderlo, hay que retomar el diálogo con la tradición psicoanalítica, desde Freud hasta Erich Fromm o Christopher Lasch, y renunciar a la idea, forjada por la Razón moderna, de que el «sujeto» es un individuo libre y autónomo. En realidad, este es fruto de la interiorización de las coacciones creadas por el capitalismo, y hoy en día el receptáculo de una combinación letal entre narcisismo y fetichismo de la mercancía”.
Todo esto me ha llevado a pensar que en gran parte de su planteamiento, es una descripción casi perfecta de lo que acontece en nuestro alrededor, personas casadas con sus cosas, manteniendo una relación tan íntima que les consume gran parte de su vida.
Leamos directamente a Jappe:
“El narcisista no mantiene más que pseudorrelaciones con las otras personas y con los “objetos” (evidentemente, existen diferentes grados de narcisismo secundario). En su inconsciente, no reconoce la existencia de objetos fuera de sí mismo; los vive como partes de su yo. Tales objetos son para él proyecciones de su mundo interior, prolongaciones de su propio ser; al igual que para el niño pequeño que aún no puede soportar su estado de dependencia total. En el narcisismo secundario, el sujeto continúa negando toda su vida dicha dependencia, ´anexionándose´ los objetos exteriores y negándoseles toda autonomía. Esta negación de separación constituye un rasgo más esencial que el ´amor a sí mismo´ que generalmente se achaca al narcisista. Por tanto, ya es Ovidio, en realidad no es de sí mismo de quien queda prendado Narciso, sino de su imagen; acaba por morir ahogado intentando besarla porque no reconoce la línea de separación entre su yo y el mundo (el agua)”. (Jappe, p.108)
Así entendemos pues, que, según este pensamiento freudiano, descrita como, narcisismo secundario, que las cosas ya no es algo diferente de mí, sino que las cosas son una extensión de mí mismo, por lo tanto, ya no son cosas las que me rodean sino, soy yo mismo.
ESTADIO DE ESPEJO
La consecuencia lógica de tener una personalidad tan extendida sería lógicamente la felicidad, pero muy por el contrario, se encuentra cada vez más vacío y carente de satisfacción y la base de esto es que, con las cosas se establece una relación que, en realidad, no existe, o dicho con otras palabras, se compran muchas cosas que en realidad no usamos, pasan a ocupar un lugar en la galería de triunfos que exhibimos con todo orgullo pero simplemente no los usamos: vajillas en una vitrina, comedores lujosos que nunca los usamos y comemos en un rincón de la cocina, esto incluye, manteles, que están cómodamente ordenados en algún lugar de la casa. Roperos llenos de ropa que no usamos esperando la mejor ocasión que nunca llega (ni llegará jamás), joyas, perfumes, coches, motos, y un montón de cosas que sólo ocupan un espacio en el empolvado cuarto de trebejos.
¿Por qué nos llenamos de tantas cosas? Respuesta contundente: porque tenemos un vacío interior que nada ha sido capaz de llenar.
“A pesar de su ego desmesurado y de que se ´trague´ el mundo, el narcisista no es una personalidad rica ni una personalidad feliz. Le falta, sobre todo, la capacidad esencial de enriquecerse con el contacto de los objetos y de integrarlos verdaderamente en su yo. Las personas y las cosas son siempre algo exterior para él. Al no vivirlas más que como proyecciones, prolongaciones y confirmaciones de sí mismo, su yo permanece siempre idéntico y no tiene verdaderas experiencias, no se ensancha. El narcisista es insoportable para su entorno; aunque también él siente, al menos por momentos y confusamente, su vacío interior y su falta verdadera personalidad”. (Jappe, p.109)
Nuestro reflejo lo tenemos por todos lados, y seguiremos así por largo tiempo.
Pbro. Jorge Amando Vázque Rodríguez