CONOCERSE A SÍ MISMO | ELEMENTO DEL DISCERNIMIENTO
La semana pasada consideramos la oración como elemento indispensable en el discernimiento, la ORACION entendida como familiaridad y confidencialidad con Dios. Oración, no como los loros, solo repitiendo, sino como quine se acerca a dios como un Padre, una madre un hermano o un amigo, y confidencialidad con Dios, para hablar con él de TODO lo que hay en nuestra vida y en nuestro corazón. Hoy quisiera subrayar que, un buen discernimiento, requiere también el conocimiento de uno mismo, conocerse a sí mismo. Ya que esto no es fácil.
El discernimiento de hecho involucra a nuestras facultades humanas: la memoria, el intelecto, la voluntad y los afectos.
A menudo no sabemos discernir porque no nos conocemos lo suficiente, y así no sabemos qué queremos realmente.
Seguro has escuchado muchas veces: “Pero esa persona, ¿por qué no arregla su vida? Nunca ha sabido lo que quiere…”. Sin llegar a ese extremo, pero a nosotros también nos sucede que no sabemos bien qué queremos, no nos conocemos bien.
Seguramente, cuando hay en nosotros dudas espirituales y crisis vocacionales suele haber un diálogo insuficiente entre nuestra vida religiosa y la dimensión humana, cognitiva y afectiva de nuestra persona.
Un autor espiritual señaló que, muchas dificultades en materia de discernimiento remiten a problemas de otro tipo, que deben ser reconocidos y explorados, no enmascarados. Así escribe este autor: «He llegado a la convicción de que el obstáculo más grande al verdadero discernimiento (y a un verdadero crecimiento en la oración) no es la naturaleza intangible de Dios, sino el hecho de que no nos conocemos suficientemente a nosotros mismos, y no queremos ni siquiera conocernos por cómo somos verdaderamente. Casi todos nosotros nos escondemos detrás de una máscara, no solo frente a los otros, sino también cuando nos miramos al espejo» (Th. Green, La cizaña entre el trigo, Roma, 1992, 25). Todos tenemos la tentación de ponernos mascaras también delante de nosotros mismos.
Conocerse a uno mismo no es difícil, pero nos pide mucho esfuerzo: implica un paciente trabajo de excavación interior. Requiere la capacidad de detenerse, de “apagar el piloto automático”, para adquirir conciencia sobre nuestra forma de hacer las cosas, sobre los sentimientos que nos habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos condicionan, todo ello, a menudo sin darnos cuenta.
Requiere también distinguir entre las emociones y las facultades espirituales. “Siento” no es lo mismo que “estoy convencido”; “tengo ganas de” no es lo mismos que “quiero”. Así se llega a reconocer que la mirada que tenemos sobre nosotros mismos y sobre la realidad a veces está un poco distorsionada.
¡Darse cuenta de esto es una gracia! De hecho, muchas veces puede suceder que convicciones erróneas sobre la realidad, basadas en experiencias del pasado, nos influyen fuertemente, limitando nuestra libertad de jugárnosla por lo que realmente cuenta en nuestra vida.
Viviendo en la era de la informática, sabemos lo importante que es conocer las “contraseñas” para poder entrar en los programas donde se encuentran las informaciones más personales y valiosas.
Pero también la vida espiritual tiene sus “contraseñas”: hay palabras que tocan el corazón porque remiten a aquello por lo que somos más sensibles.
El tentador, es decir el diablo, conoce bien estas palabras-clave, y es importante que las conozcamos también nosotros, para no encontrarnos ahí donde no quisiéramos. La tentación no sugiere necesariamente cosas malas, sino a menudo desordenadas, presentadas con una importancia excesiva.
De esta manera nos hipnotiza con lo atractivo que estas cosas suscitan en nosotros, cosas bellas pero ilusorias, que no pueden mantener lo que prometen, y así nos dejan al final con un sentido de vacío y de tristeza.
Ese sentido de vacío y de tristeza es una señal de que hemos tomado un camino que no era el correcto, que nos ha desorientado.
Pueden ser, por ejemplo, el título de estudio, la carrera, las relaciones, todas cosas en sí loables, pero hacia las cuales, si no somos libres, corremos el riesgo de nutrir expectativas irreales.
Tú, por ejemplo, cuando piensas en un estudio que estás haciendo, ¿lo piensas solamente para promoverte a ti mismo, por tu interés, o también para servir a la comunidad? Ahí se puede ver cuál es la intencionalidad de cada uno de nosotros. De este malentendido derivan a menudo los sufrimientos más grandes, porque ninguna de esas cosas puede ser la garantía de nuestra dignidad.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, es importante conocerse a si mismo, conocer las contraseñas de nuestro corazón, aquello a lo que somos más sensibles, para protegernos de quien se presenta con palabras persuasivas para manipularnos, pero también para reconocer lo que es realmente importante para nosotros, distinguiéndolo de las modas del momento o de eslóganes llamativos y superficiales.
Muchas veces lo que se dice en un programa en televisión, en alguna publicidad que se hace, nos toca el corazón y nos hace ir a esa parte sin libertad. Esten siempre atentos a eso: ¿soy libre o me dejo llevar por los sentimientos del momento, o por las provocaciones del momento?
Una ayuda para esto es el examen de conciencia, pero no hablo del examen de conciencia que todos hacemos cuando vamos a la confesión.
Me refiero al Examen de conciencia general de la jornada: ¿qué ha sucedido en mi corazón en este día? “Han pasado muchas cosas…”. ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Qué huellas dejaron en el corazón?
Hacer este examen de conciencia, es decir, la buena costumbre de releer con calma lo que sucede en nuestra jornada diaria, en nuestro caminar diario, aprendiendo a notar en las valoraciones y en las decisiones aquello a lo que damos más importancia, qué buscamos y por qué, y qué hemos encontrado al final.
Sobre todo aprendiendo a reconocer qué sacia mi corazón. Porque solo el Señor puede darnos confirmación de lo que valemos.
Nos lo dice cada día desde la cruz: ha muerto por nosotros, para mostrarnos cuánto somos valiosos a sus ojos. No hay obstáculo o fracaso que pueda impedir su tierno abrazo.
El examen de conciencia ayuda mucho, porque así vemos que nuestro corazón no es un camino donde pasa de todo y nosotros no sabemos. Nos ayuda a ver: ¿qué ha pasado hoy? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué me ha hecho reaccionar? ¿Qué me ha puesto triste? ¿Qué me ha puesto contento? Qué ha sido lo malo que he hecho y si he hecho mal a los otros.
Se trata de ver el recorrido de los sentimientos, de las atracciones en mi corazón durante la jornada. ¡No lo olviden!