Boletín Diocesano 02, año 1

San José Sánchez del Río.- Boletín Diocesano 02, año 1, 10 de febrero 2025:

Cristero

Nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Al decretarse la suspensión del culto público, José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. José, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató de disuadirlo, pero él insistió. Finalmente, su madre le dio permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa. No se desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo, sí como un asistente.

Tarcisio

En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros que lo apodaron «Tarsicio». Era muy alegre y todos admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a la tropa a defender su fe.

Lealtad

El 5 de febrero de 1928, hubo un combate, cerca de Cotija. El caballo del general cayó muerto de un balazo, José bajó de su montura y le entregó su caballo. Fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el Gobierno y, al ver su decisión y arrojo, propuso unirse a ellos, pero José contestó: «¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!».

El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente.

Martirio

El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo y lo llevaron al cuartel del Refugio. A las 11 de la noche llegó la hora suprema. Le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio.

Los soldados querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar. Ya en el panteón, preguntó cuál era su sepultura y se puso de pie al borde de la propia fosa.

Acto seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada puñalada gritaba de nuevo: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!». El capitán jefe le disparó a la cabeza, y el muchacho cayó dentro de la tumba, bañado en sangre. Era el 10 de febrero de 1928.

Sin ataúd y sin mortaja quedó sepultado. Años después, sus restos fueron llevados a las catacumbas del templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán.

A los altares

Fue beatificado el 20 de noviembre de 2005 y canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016.

11 DE FEBRERO: JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2025

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO CON OCASIÓN DE LA XXXIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

«La esperanza no defrauda» (Rm 5,5)
y nos hace fuertes en la tribulación

11 de febrero de 2025
Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo en el Año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos “peregrinos de esperanza”. En esto nos acompaña la Palabra de Dios que, por medio de san Pablo, nos da un gran mensaje de aliento: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5), es más, nos hace fuertes en la tribulación.

Son expresiones consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes, especialmente en los que sufren. Por ejemplo: ¿cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1808).

Detengámonos pues un momento a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir.

1. El encuentro. Jesús, cuando envió en misión a los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10,1-9), los exhortó a decir a los enfermos: «El Reino de Dios está cerca de ustedes» (v. 9). Les pidió concretamente ayudarles a comprender que también la enfermedad, aun cuando sea dolorosa y difícil de entender, es una oportunidad de encuentro con el Señor. En el tiempo de la enfermedad, en efecto, si por una parte experimentamos toda nuestra fragilidad como criaturas —física, psicológica y espiritual—, por otra parte, sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona y muchas veces nos sorprende con el don de una determinación que nunca hubiéramos pensado tener, y que jamás hubiéramos hallado por nosotros mismos.

La enfermedad entonces se convierte en ocasión de un encuentro que nos transforma; en el hallazgo de una roca inquebrantable a la que podemos aferrarnos para afrontar las tempestades de la vida; una experiencia que, incluso en el sacrificio, nos vuelve más fuertes, porque nos hace más conscientes de que no estamos solos. Por eso se dice que el dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real, hasta «conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida» (S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Nueva Orleans, 12 septiembre 1987).

 2. Y esto nos conduce al segundo punto de reflexión: el don. Ciertamente, nunca como en el sufrimiento nos damos cuenta de que toda esperanza viene del Señor, y que por eso es, ante todo, un don que hemos de acoger y cultivar, permaneciendo “fieles a la fidelidad de Dios”, según la hermosa expresión de Madeleine Delbrêl (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano 2024, Prefacio).

Por lo demás, sólo en la resurrección de Cristo nuestros destinos encuentran su lugar en el horizonte infinito de la eternidad. Sólo de su Pascua nos viene la certeza de que nada, «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios» (Rm 8,38-39). Y de esta “gran esperanza” deriva cualquier otro rayo de luz que nos permite superar las pruebas y los obstáculos de la vida (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 27.31). No sólo eso, sino que el Resucitado también camina con nosotros, haciéndose nuestro compañero de viaje, como con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-53). Como ellos, también nosotros podemos compartir con Él nuestro desconcierto, nuestras preocupaciones y nuestras desilusiones, podemos escuchar su Palabra que nos ilumina y hace arder nuestro corazón, y nos permite reconocerlo presente en la fracción del Pan, vislumbrando en ese estar con nosotros, aun en los límites del presente, ese “más allá” que al acercarse nos devuelve valentía y confianza.

3. Y llegamos así al tercer aspecto, el del compartir. Los lugares donde se sufre son a menudo lugares de intercambio, de enriquecimiento mutuo. ¡Cuántas veces, junto al lecho de un enfermo, se aprende a esperar! ¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas.

Y es importante saber descubrir la belleza y la magnitud de estos encuentros de gracia y aprender a escribirlos en el alma para no olvidarlos; conservar en el corazón la sonrisa amable de un agente sanitario, la mirada agradecida y confiada de un paciente, el rostro comprensivo y atento de un médico o de un voluntario, el semblante expectante e inquieto de un cónyuge, de un hijo, de un nieto o de un amigo entrañable. Son todas luces que atesorar pues, aun en la oscuridad de la prueba, no sólo dan fuerza, sino que enseñan el sabor verdadero de la vida, en el amor y la proximidad (cf. Lc 10,25-37).

Queridos enfermos, queridos hermanos y hermanas que asisten a los que sufren, en este Jubileo ustedes tienen más que nunca un rol especial. Su caminar juntos, en efecto, es un signo para todos, «un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza» (Bula Spes non confundit, 11), cuya voz va mucho más allá de las habitaciones y las camas de los sanatorios donde se encuentren, estimulando y animando en la caridad “el concierto de toda la sociedad” (cf. ibíd.), en una armonía a veces difícil de realizar, pero precisamente por eso, muy dulce y fuerte, capaz de llevar luz y calor allí donde más se necesita.

Toda la Iglesia les está agradecida. También yo lo estoy y rezo por ustedes encomendándolos a María, Salud de los enfermos, por medio de las palabras con las que tantos hermanos y hermanas se han dirigido a ella en las dificultades:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!

Los bendigo, junto con sus familias y demás seres queridos, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Roma, San Juan de Letrán, 14 de enero de 2025

EL CÓDIGO DEL DERECHO CANÓNICO Y EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS (Cann. 998-1007)

998 La unción de los enfermos, con la que la Iglesia encomienda los fieles gravemente enfermos al Señor doliente y glorificado, para que los alivie y salve, se administra ungiéndoles con óleo y diciendo las palabras prescritas en los libros litúrgicos.

CAPÍTULO I
DE LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO (Canón. 999-1002

999 Además del Obispo, pueden bendecir el óleo que se emplea en la unción de los enfermos:

1 quienes por derecho se equiparan al Obispo diocesano;

2 en caso de necesidad, cualquier presbítero, pero dentro de la celebración del sacramento.

1000 § 1. Las unciones han de hacerse cuidadosamente, con las palabras orden y modo prescritos en los libros litúrgicos; sin embargo, en caso de necesidad, basta una sola unción en la frente, o también en otra parte del cuerpo, diciendo la fórmula completa.

 § 2. El ministro ha de hacer las unciones con la mano, a no ser que una razón grave aconseje el uso de un instrumento.

1001 Los pastores de almas y los familiares del enfermo deben procurar que sea reconfortado en tiempo oportuno con este sacramento.

1002 La celebración común de la unción de los enfermos para varios enfermos al mismo tiempo, que estén debidamente preparados y rectamente dispuestos, puede hacerse de acuerdo con las prescripciones del Obispo diocesano.

CAPÍTULO II
DEL MINISTRO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS (Can. 1003)

1003 § 1. Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente la unción de los enfermos.

 § 2. Todos los sacerdotes con cura de almas tienen la obligación y el derecho de administrar la unción de los enfermos a los fieles encomendados a su tarea pastoral; pero, por una causa razonable, cualquier otro sacerdote puede administrar este sacramento, con el consentimiento al menos presunto del sacerdote al que antes se hace referencia.

 § 3. Está permitido a todo sacerdote llevar consigo el óleo bendito, de manera que, en caso de necesidad, pueda administrar el sacramento de la unción de los enfermos.

CAPÍTULO III
DE AQUELLOS A QUIENES SE HA DE ADMINISTRAR LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS (Can. 1004-1007)

1004 § 1. Se puede administrar la unción de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez.

 § 2. Puede reiterarse este sacramento si el enfermo, una vez recobrada la salud, contrae de nuevo una enfermedad grave, o si, durante la misma enfermedad, el peligro se hace más grave.

1005 En la duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razón, sufre una enfermedad grave o ha fallecido ya, adminístresele este sacramento.

1006 Debe administrarse este sacramento a los enfermos que, cuando estaban en posesión de sus facultades, lo hayan pedido al menos de manera implícita.

1007 No se dé la unción de los enfermos a quienes persisten obstinadamente en un pecado grave manifiesto.

Nota acerca del ministro del sacramento de la Unción de los enfermos

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

El Código de derecho canónico, en el canon 1003, 1 (cf. también canon 739, 1 del Código de cánones de las Iglesias orientales) recoge exactamente la doctrina manifestada por el concilio de Trento (Sesión XIV, canon 4: DS 1719; cf. también Catecismo de la Iglesia católica, n. 1516), según la cual sólo los sacerdotes (obispos y presbíteros) son ministros del sacramento de la Unción de los enfermos.

Esta doctrina es definitive tenenda. Ni los diáconos ni los laicos pueden desempeñar dicho ministerio y cualquier acción en este sentido constituye simulación del sacramento.

Roma, sede de la Congregación para la doctrina de la fe, 11 de febrero de 2005, memoria de la Santísima Virgen María de Lourdes.

Card. JOSEPH RATZINGER

Prefecto
ANGELO AMATO, s.d.b.
Arzobispo titular de Sila

Visita a un enfermo adulto en crisis

  1. Guía / L: Lector / T: Todos / S: Salmista.

3.1 Ambientación

  • G: Bienvenidos todos. Hoy nos reunimos junto a nuestro (a) hermano (a) (nombre), que se encuentra enfermo (a) y en una situación de desasosiego, desesperación y cansancio.
  • Hoy queremos estar con usted para que la Palabra le ayude a expresar su estado de ánimo, sus miedos y su frustración. Recordaremos a un personaje bíblico, Job, quien llevaba una vida feliz y tranquila, con una familia integrada y riqueza, pero Dios permitió al Diablo ponerlo a prueba para juzgar si su fe en Dios era auténtica, o sólo porque le había concedido tantos bienes. Acabó con la familia y los bienes de Job, pero a él no lo tocó el Diablo, pero solicitó permiso a Dios para dañarlo en su cuerpo, y se lo permitió. La enfermedad para Job fue una prueba muy dura y en algún momento llegó a la súplica dolorosa que reflejaba lo duro de sus sufrimientos, pero al final su fe en Dios se fortaleció y fue premiado con mayores bendiciones que al inicio.
  • Le invitamos a escuchar Palabra, a hacerla suya, a desahogarse delante de Dios, como lo hizo Job, a manifestar ante el Todopoderoso su dolor, rabia y frustración. Escuchemos la Palabra de Dios y dejemos que penetre en nuestra mente y corazón.

3.2 Lectura

  • L: Lectura del Libro de Job (3,1-3;11-17;20-23)
  • L: 1 Después de esto, Job rompió el silencio y maldijo el día de su nacimiento. 2 Tomó la palabra y exclamó: 3 ¡Desaparezca el día en que nací y la noche que dijo: «Ha sido engendrado un varón»! 11 ¿Por qué no me morí al nacer? ¿Por qué no expiré al salir del vientre materno? 12 ¿Por qué me recibieron dos rodillas y dos pechos me dieron de mamar?
  • 13 Ahora yacería tranquilo estaría dormido y así descansaría, 14 junto con los reyes y consejeros de la tierra que se hicieron construir mausoleos, 15 o con los príncipes que poseían oro y llenaron de plata sus moradas. 16 O no existiría, como un aborto enterrado, como los niños que nunca vieron la luz. 17 Allí, los malvados dejan de agitarse, allí descansan los que están extenuados.
  • 20 ¿Para qué dar a luz a un desdichado y la vida a los que están llenos de amargura, 21 a los que ansían en vano la muerte y la buscan más que a un tesoro, 22 a los que se alegrarían de llegar a la tumba y se llenarían de júbilo al encontrar un sepulcro, 23 al hombre que se le cierra el camino y al que Dios cerca por todas partes? Palabra de Dios.
  • T: Te alabamos, Señor.

3.3 Respuesta a la Palabra

  1. S: Compadécete de mí, Señor, estoy enfermo
  2. T: Compadécete de mí, Señor, estoy enfermo
  3. S: En tu ira, Señor, no me reprendas / ni en medio de tu enojo me castigues.
  4. T: Compadécete de mí, Señor, estoy enfermo
  5. S: Ten compasión de mí, me encuentro enfermo; / cura, Señor, mis huesos dislocados. / El terror hace presa de mi alma. / Señor ¡no tardes tanto!
  6. T: Compadécete de mí, Señor, estoy enfermo
  7. S: Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida; / por tu misericordia ponme a salvo; / porque los muertos, Señor, no te recuerdan / y nadie en el abismo te ha alabado.
  8. T: Compadécete de mí, Señor, estoy enfermo
  9. S: Apártense de mí, hombres perversos, / porque al fin el Señor oyó mi llanto. / El Señor ha escuchado mis plegarias / mi oración ha aceptado.
  10. T: Compadécete de mí, Señor, estoy enfermo

3.4 Padre nuestro

  • G: Elevemos nuestra plegaria a Aquél que puede librarnos del mal y sostenernos en el momento de prueba, de la tentación, con las palabras que nos enseñó nuestro Salvador:
  • T: Padre nuestro…

3.6 Oración conclusiva

  • G: Dios todopoderoso y fuente de la vida, tenemos la seguridad de que nos perdonas. Danos serenidad y paz interna, que podamos disfrutar los dones de tu bondad y utilizarlos siempre para tu gloria y nuestro bien. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. T: Amén.

3.7 Bendición

  • Con las manos juntas en el pecho, elija una de las siguientes oraciones:
  • Para todos:
  • a) G: Tú eres digno de toda gloria y alabanza, Señor Dios nuestro, porque tú nos has llamado a servirte amándote.
  • Bendice a (nombre de la persona enferma), para que pueda sobrellevar su enfermedad, en unión con los sufrimientos de tu Hijo, siempre obediente.
  • Devuélvele la salud y condúcelo (a) a la gloria. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. T: Amén.
  • Si es anciano (a)
  • b) G: Tú eres digno de toda gloria y alabanza, señor, Dios nuestro, porque Tú nos has llamado a servirte amándote. Bendice a todos los que han envejecido a tu servicio y concede a (nombre de la persona enferma) fuerza y valor para que siga los pasos de Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. T: Amén.
  • El laico o la religiosa trazan la señal de la cruz sobre sí mismos mientras dicen
  • G: Que el Señor nos bendiga, nos libre de todo mal y nos lleve a la vida eterna. T: Amén.
  • Trace ahora la señal de la cruz en la frente de la persona enferma.

Visita a un niño enfermo
G:
Guía / L: Lector / T: Todos / S: Salmista.

4.1 Ambientación

  • G: Bienvenidos todos. Hoy nos reunimos junto a nuestro (a) hermano (a) (nombre), que se encuentra enfermo (a) en esta etapa de su vida.
  • Hola, soy (nombre del ministro) y vengo por parte de la parroquia para acompañarte un momento y reflexionar y orar por ti y por tu familia.

4.2 Lectura

  • L: Escuchenhermanosla lectura del santo Evangelio según San Marcos (9,33-37):
  • 33 Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?». 34 Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
  • 35 Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
  • 36 Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: 37 «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».
  • T: Gloria a ti, Señor Jesús.

4.3 Explicación de la lectura

  • (Nombre del niño enfermo) has escuchado que Jesús tenía un cariño muy especial por los niños. Imagina cómo será su cariño para con un niño como tú que se encuentra enfermo.
  • Él pasó el bien y sanando a muchos, seguramente que él estará al pendiente de ti, acompañando tus dificultades y animando a tu familia para que ellos te manifiesten el amor que él te tiene.
  • Te animamos a que cuando sientas más dificultades, imagines que Jesús está sentado en una grada de la plaza de Cafarnaum, rodeado por sus discípulos, y extiende sus manos hacia ti. Ve hacia él y deja que te bese en la frente, que te abrace con cariño, que ponga su mano sanante en la parte de tu cuerpo que te duela. Abrázalo y deja que te abrace, que te acaricie y te deje sentir el amor que Dios tiene por ti.
  • Pregúntale por su mamá y pídele que te lleve con ella, para que también ella, que cuidó a Jesús cuando era niño, te cuide a ti también, te tome en sus brazos y te haga sentir el amor que ella tenía a su Hijo.
  • A veces es desesperante la enfermedad, pero si te dejas acompañar por Jesucristo y por la Virgen María, el dolor y las dificultades serán más llevaderos.
  •  

4.4 Respuesta a la Palabra

  • G: Ahora los invito a que repitan después de mí.
  • Jesús mío, ven a mí.
  • T: Jesús mío, ven a mí.
  • G: Jesús mío, pon tus manos sobre mí
  • T: Jesús mío, pon tus manos sobre mí
  • G: Jesús mío, bendíceme
  • T: Jesús mío, bendíceme

4.5 Padre nuestro

  • G: Jesucristo sabía que su Padre lo amaba mucho, por eso le hablaba con mucha confianza; ahora nosotros digamos las palabras que nos enseñó nuestro Salvador:
  • T: Padre nuestro…

4.6 Oración conclusiva

  • G: Dios nuestro, que res amor, que siempre nos cuidas, que siempre te preocupas de nosotros, quédate con nosotros, ahora que te necesitamos. Cuida a tu hijo (a) que está enfermo (a), defiéndelo (a) de todos los peligros y concédele la salud y la paz. Por nuestro Señor Jesucristo. T: Amén.

4.7 Bendición

  • Va a /trazar la señal de la cruz en la frente de la persona enferma en el signo (+)
  • G: (Nombre del niño o niña) cuando te bautizaron, quedaste marcado (a) con la cruz de Jesús. Ahora nosotros hacemos la señal de la (+) cruz en tu frente y le pedimos a nuestro Señor que te bendiga y te devuelva la salud. T: Amén.
  • Cada uno de los presentes puede acercarse a hacer, en silencio, la señal de la cruz en la frente del niño.
  • El laico o la religiosa trazan la señal de la cruz sobre sí mismos mientras dicen
  • G: Que el Señor nos bendiga, nos libre de todo mal y nos lleve a la vida eterna. T: Amén.

Salmos para orar en la enfermedad

SALMO 6

2 Señor, no me reprendas por tu enojo / ni me castigues por tu indignación.

3 Ten piedad de mí, porque me faltan las fuerzas; / sáname, porque mis huesos se estremecen.

4 Mi alma está atormentada, y tú, Señor, ¿hasta cuándo…?

5 Vuélvete, Señor, rescata mi vida, sálvame por tu misericordia,

6 porque en la Muerte nadie se acuerda de ti, ¿y quién podrá alabarte en el Abismo?

7 Estoy agotado de tanto gemir: cada noche empapo mi lecho con llanto, inundo de lágrimas mi cama.

8 Mis ojos están extenuados por el pesar y envejecidos a causa de la opresión.

9 Apártense de mí todos los malvados, porque el Señor ha oído mis sollozos.

10 El Señor ha escuchado mi súplica, el Señor ha aceptado mi plegaria.

11 ¡Que caiga sobre mis enemigos la confusión y el terror, y en un instante retrocedan avergonzados!

SALMO 30

2 Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.

3 Señor, Dios mío, clamé a ti y tú me sanaste.

4 Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.

5 Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre,

6 porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría.

7 Yo pensaba muy confiado: «Nada me hará vacilar».

8 Pero eras tú, Señor, con tu gracia, el que me afirmaba sobre fuertes montañas, y apenas ocultaste tu rostro, quedé conturbado.

9 Entonces te invoqué, Señor, e imploré tu bondad:

10 «¿Qué se ganará con mi muerte o con que yo baje al sepulcro?, ¿Acaso el polvo te alabará o proclamará tu fidelidad?

11 Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor».

12 Tú convertiste mi lamento en júbilo, me quitaste el luto y me vestiste de fiesta, 13 para que mi corazón te cante sin cesar.

¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!

SALMO 41

2 Feliz el que se ocupa del débil y del pobre: el Señor lo librará en el momento del peligro.

3 El Señor lo protegerá y le dará larga vida, lo hará dichoso en la tierra y no lo entregará a la avidez de sus enemigos.

4 El Señor lo sostendrá en su lecho de dolor y le devolverá la salud.

5 Yo dije: «Ten piedad de mí, Señor, sáname, porque pequé contra ti».

6 Mis enemigos sólo me auguran desgracias: «¿Cuándo se morirá y desaparecerá su nombre?».

7 Si alguien me visita, habla con falsedad, recoge malas noticias y las divulga al salir.

8 Mis adversarios se juntan para murmurar contra mí, y me culpan de los males que padezco, diciendo:

9 «Una enfermedad incurable ha caído sobre él; ese que está postrado no volverá a levantarse».

10 Hasta mi amigo más íntimo, en quien yo confiaba, el que comió mi pan, se puso contra mí.

11 Pero tú, Señor, ten piedad de mí; levántame y les daré su merecido.

12 En esto reconozco que tú me amas, en que mi enemigo no canta victoria sobre mí.

13 Tú me sostuviste a causa de mi integridad, y me mantienes para siempre en tu presencia.

14 ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde siempre y para siempre! ¡Amén! ¡Amén!

Resumen de la Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia (1984) (parte 1)

En el marco de las celebraciones del Jubileo 2025 “Peregrinos de Esperanza”, y buscando hacer conciencia de la necesidad de reconciliarnos con nuestro Padre Misericordioso, presentamos en esta ocasión un resumen de la Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia (1984), del papa Juan Pablo II: [1]

Hablar de reconciliación y penitencia nos remite al inicio de la predicación de nuestro Señor Jesucristo: Convertíos y creed en el Evangelio,[2] esto es, acoged la Buena Nueva del amor.

La Iglesia, en el ansia por comprender mejor al hombre y al mundo de hoy, dirige sobre ellos una mirada atenta, preocupada y esperanzada. Descubre numerosas, profundas y dolorosas divisiones entre las personas, grupos, naciones y bloques de países.

En la raíz existen conflictos por desigualdad, antagonismos ideológicos, contraposición de intereses, divergencias tribales y discriminación social y religiosa. Estas divisiones, en lugar de resolverse a través del diálogo, se agudizan en la confrontación, desgarrando nuestro mundo hasta en sus mismos cimientos. Esta desintegración se muestra en realidades dolorosas evidentes: la conculcación de los derechos fundamentales de la persona humana, hasta el derecho a la vida, el menoscabo de la libertad de los individuos y las colectividades, incluyendo la libertad religiosa, la discriminación racial, cultural, religiosa, la violencia y el terrorismo, la tortura, la onerosa carrera de armamentos, la distribución cada vez más inicua de las riquezas del mundo.[3]

 Mismo en la Iglesia se detectan signos de división: además de las escisiones existentes hace siglos entre las Comunidades cristianas, en algunos lugares nuestra Iglesia experimenta divisiones causadas por la diversidad de puntos de vista y de opciones en lo doctrinal y pastoral, que a veces parecen incurables.

No obstante, en los hombres de buena voluntad y en los verdaderos cristianos existe un inconfundible deseo de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, una verdadera nostalgia de reconciliación, tan fuerte como los factores mismos de división.

La Iglesia identifica la raíz de tanto mal en aquella herida en lo más íntimo del hombre, que llamamos pecado; el pecado original que llevamos desde el nacimiento como herencia, y el pecado que cada uno comete, abusando de su libertad.

Con dedicación de Madre e inteligencia de Maestra, la Iglesia busca anunciar aquella reconciliación que llega hasta las raíces de la laceración primigenia del pecado, lo cura y restablece el principio eficaz de toda verdadera reconciliación.

Conversión y reconciliación, tarea y empeño de la Iglesia

Como relata la parábola del padre misericordioso,[4] todo hombre puede identificarse con el hijo menor: tentado a separarse del Padre y vivir independientemente; caído en la tentación; desilusionado por el vacío que deja la falsa fascinación; solo, deshonrado, explotado mientras buscaba construirse un mundo para sí; atormentado, y deseoso de volver a la comunión con el Padre. Dios, padre misericordioso, anhela su regreso, lo abraza a su llegada y festeja la reconciliación con un banquete. El hijo pródigo representa a aquellos que descubren en el fondo de su propia conciencia la nostalgia de una reconciliación total y sin reservas, que sólo es posible si brota de una primera y fundamental reconciliación con Dios, de infinita misericordia.

Al mismo tiempo, todo hombre es el hermano mayor. El egoísmo lo hace celoso, duro de corazón, cerrado a los demás y a Dios. La benignidad y la misericordia del Padre lo irritan y enojan; la felicidad por el hermano hallado tiene para él un sabor amargo. También él tiene necesidad de convertirse para reconciliarse. Esta perspectiva describe la situación de la familia humana dividida por los egoísmos, y reclama una profunda transformación de los corazones y el descubrimiento de la misericordia del Padre y la victoria sobre la incomprensión y las hostilidades entre hermanos.

Cuando el hombre, empujado por el Maligno [5] y arrastrado por su orgullo, abusa de su libertad y enfrenta a su Señor y Padre, provoca un desorden en su interior y rompe la armonía entre hombre y mujer, y entre hermanos.[6] La narración del Genesis y la parábola del padre misericordioso nos dan a entender que en la raíz de las divisiones de la humanidad está el rechazo al amor paterno de Dios.

Pero Dios, rico en misericordia,[7] espera a sus hijos, los busca, los encuentra en su pena, los llama a reunirse en torno a su mesa en la alegría del perdón y de la reconciliación. Dios tiene la iniciativa de la reconciliación en Cristo redentor. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida. Y no solo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios Nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación.[8]

En Cristo, el Padre ha reconciliado consigo todas las criaturas, las del cielo y las de la tierra.[9] El misterio pascual debe hacernos recordar que la dimensión vertical de la división y de la reconciliación, la que refiere a la relación hombre-Dios, prevalece siempre sobre la dimensión horizontal, la realidad de la división y necesidad de reconciliación entre los hombres.

Hoy, la humanidad vive la reconciliación realizada en Cristo mediante la eficacia de los sagrados misterios celebrados por su Iglesia.

Su existencia misma de comunidad reconciliada testimonia en el mundo la obra de Cristo. Además, como guardiana e intérprete de la Sagrada Escritura, transmite a cada generación el designio amoroso de Dios e indica los caminos de la reconciliación universal en Cristo. Por último, los sacramentos, actualizando el misterio de la Pascua de Cristo, son fuente de vida para la Iglesia y, en sus manos, instrumentos de conversión a Dios y de reconciliación de los hombres.

En la misión de reconciliar el mundo con Dios, Iglesia del cielo, Iglesia de la tierra e Iglesia del purgatorio están misteriosamente unidas en cooperación con Cristo. Por la oración, nos unimos a Santa María y a los Santos, que gozan de la gloria de Dios y sostienen con su intercesión a sus hermanos peregrinos en el mundo. Por la predicación, la Iglesia dice en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios,[10] y denuncia la malicia del pecado con amor de Madre. Por la acción pastoral, además, la Iglesia devuelve a cada hombre al camino del retorno al Padre en comunión con los hermanos. Finalmente, el testimonio, es signo de la caridad universal que Jesucristo dejó como herencia a sus seguidores, y se traduce en frutos de conversión y de reconciliación dentro y fuera de la Iglesia, con la superación de las tensiones, el perdón recíproco, y el crecimiento del espíritu de fraternidad y de paz en el mundo entero.

El amor más grande que el pecado

El cristiano está llamado a superar con los ojos iluminados[11] de la fe, las consecuencias del pecado, que son motivo de división y de ruptura en el interior de cada hombre y en los diversos círculos en que él vive: familiar, ambiental, profesional, social, como narra la página bíblica sobre la ciudad de Babel y su torre.[12]

Afanados en la construcción de un símbolo y centro de unidad, aquellos hombres se encuentran más dispersos que antes, confundidos en el lenguaje, divididos entre sí. ¿Por qué falló aquel ambicioso proyecto? ¿Por qué se cansaron en vano los constructores?[13] Porque los hombres habían puesto como señal y garantía de la unidad sólo la obra de sus manos, olvidando la acción del Señor. Optando por la sola dimensión horizontal del trabajo y de la vida social, prescindieron de la dimensión vertical, la raíz en Dios, su Creador y Señor, fin último de su camino.

Exclusión, ruptura, desobediencia a Dios; a lo largo de toda la historia humana esto ha sido y es bajo diversas formas el pecado, que mediante un acto de su libertad desconoce el dominio de Dios sobre la vida.

En el misterio del pecado hay una clara relación causa-efecto: El pecado, como rechazo de la criatura hacia quien la creó y la mantiene en vida, es un acto suicida. Al rechazar su fuente de unidad, el equilibrio interior del hombre se rompe y se desatan dentro de sí contradicciones y conflictos. Así desgarrado, el hombre provoca casi inevitablemente una ruptura en sus relaciones con los otros hombres y con el mundo creado.

Las consecuencias del pecado

Las repercusiones y señales del desorden interior pueden comprobarse en tantos momentos de la psicología humana, la vida espiritual y la vida social. En la narración del primer pecado, tras la ruptura con Yahvé el hombre y la mujer se sienten culpables y se acusan el uno al otro;[14] más adelante, un hermano le quita la vida a otro.[15] En Babel la consecuencia del pecado es la desunión de la sociedad. El misterio del pecado se compone de esta doble herida, que el pecador se causa y causa en el prójimo. Por ser el pecado una acción de la persona, tiene sus primeras y más importantes consecuencias en el pecador mismo, debilitando su voluntad y oscureciendo su inteligencia. Pero, en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, así como toda alma que se eleva, eleva al mundo,[16] cada alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y al mundo entero. En este sentido, todo pecado individual es pecado social. (continúa)

Avisos

  • El próximo 10 de febrero celebraremos la memoria del San José Sánchez del Río, patrono de los adolescentes. En la página 1 va una breve reseña biográfica.
  • El próximo martes 11 de febrero celebraremos la Trigésimo tercera JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO. El Papa ha publicado un mensaje con el tema: «La esperanza no defrauda (Rm5,5) y nos hace fuertes en la tribulación
  • Son invitados a que esta semana tengamos alguna acción solidaria con nuestros familiares, amigos y vecinos enfermos. En las páginas 2 a 4 van dos guías para visitar a un enfermo y orar con él. En la página 4 van algunos salmos para orar en la enfermedad.

[1] Puede encontrarse el texto completo de la exhortación en www.vatican.va.

[2] Mc 1, 15.

[3] cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, III, 1-7.

[4] cf. Lc 15, 11-32.

[5] Sab 2, 24.

[6] Gn 3, 12-13, 4, 1-16

[7] Ef 2, 4.

[8] Rom 5, 10-11; cf. Col 1, 20-22.

[9] cf. Col 1, 20.

[10] 2 Cor 5, 20.

[11] cf. Ef 1, 18.

[12] cf. Gn 11, 1-9.

[13] cf. Sal 127 (126), 1.

[14] cf. Gn 3, 12.

[15] cf. Gn 4, 2-16.

[16] Elisabeth Leseur, Journal et pensées de chaque jour, Paris 1918, p. 31.

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