Boletín Diocesano Núm 05 Año 1
Aquí puede bajar el Boletín Diocesano Núm 05 , esperamos sea de bendición en su trabajo apostólico
Mensaje de los Obispos a la Sociedad Mexicana y a la Opinión Pública
«Un llamado a la unidad y corresponsabilidad por un futuro con esperanza»
Prot. No. 90/25
Como pastores de la Iglesia en México, movidos por nuestra solicitud pastoral y corresponsabilidad en la construcción del bien común, nos dirigimos a la Sociedad Mexicana y a la opinión pública:
Con esperanza iniciamos un nuevo periodo de gobierno a finales del 2024. La Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, como titular del Poder Ejecutivo Federal, primera mujer en ocupar el cargo en la historia del país, tiene la oportunidad de marcar la diferencia desde su mirada y sensibilidad propiamente femenina. Nos congratulamos con ella y reconocemos su mayor apertura al diálogo.
En este momento histórico para nuestra nación, queremos manifestar públicamente, como obispos de la Iglesia católica y ciudadanos mexicanos, una preocupación que debe estar presente en la toma de decisiones políticas y sociales, en el corto, mediano y largo plazo, decisiones que incumben a todos los mexicanos dado que todos somos responsables, en distintas formas, del presente y futuro del país.
No podemos dejar de considerar que es preocupante la política del nuevo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica hacia México de manera especial, y hacia el mundo en general. Ante la serie de medidas que ha ido tomando desde el primer día de su responsabilidad es claro que tiene como finalidad presionar a nuestro país para lograr metas muy concretas en sus planes de gobierno: combatir la actividad del crimen organizado dedicado al narcotráfico, abordar el tema migratorio y superar las desventajas en las relaciones económicas entre los dos países que, de acuerdo con sus criterios, son desfavorables para Norteamérica.
Cada uno de estos planteamientos pueden tener solución en un clima de unidad entre las distintas fuerzas políticas mexicanas para propiciar un diálogo respetuoso y una prudente apertura hacia el gobierno norteamericano para acordar una mutua colaboración. Sin embargo, debemos aceptar y reconocer que el verdadero enemigo lo tenemos en nuestro propio país donde necesitamos una auténtica unidad nacional, para superar nuestros graves problemas internos que no han sido debidamente atendidos durante años y cada vez se agravan más.
Los mexicanos debemos unirnos para defender al interior de nuestro país nuestra identidad, nuestra libertad, nuestros valores, nuestros derechos humanos y constitucionales, nuestras instituciones y nuestra seguridad, mediante estrategias gubernamentales incluyentes que tomen en cuenta a las distintas fuerzas políticas, a la sociedad civil organizada, a las asociaciones religiosas y la participación ciudadana en general.
Conocemos de sobra nuestros problemas no resueltos: La desigualdad social y la pobreza que requiere respuestas de fondo para propiciar las oportunidades de desarrollo social; la corrupción que sigue invadiendo todos nuestros ambientes; la inseguridad que extiende su furia sanguinaria en territorios cada vez más amplios que están en manos del crimen organizado no solo por el narcotráfico, sino también por la extorsión, los asaltos a gran escala en nuestras carreteras, los robos cotidianos en el transporte público y una degradación social generalizada; las severas carencias en el sistema de salud pública que siguen afectando a la población; la baja calidad educativa; la atención a los migrantes que deben ser respetados por su dignidad humana y reconocidos sus derechos, sin ser vistos como moneda de cambio con el país del norte, ni como víctimas por los abusos de toda clase de delincuentes; finalmente, también debemos ocuparnos en la reconstrucción del Estado de Derecho en el país ya que estamos experimentando un deterioro institucional al grado que ya no rige la ley, sino la voluntad de quien se impone.
Los mexicanos estamos llamados a trabajar unidos ante la adversidad, convocados por nuestras distintas autoridades políticas, comenzando por la presidencia de la República, para superar la división y confrontación social, para continuar con los diálogos en la construcción de la paz, para propiciar mayores inversiones para el desarrollo económico, con mejores condiciones laborales, especialmente para los jóvenes, que necesitan menos apoyos que generan dependencia y más formación y oportunidades de trabajo, a fin de que se sientan orgullosos de sí mismos y de su aportación social. Como Iglesia en México nos comprometemos a cooperar en este diálogo nacional por la reconciliación, la paz y el restablecimiento del Estado de Derecho.
Quiera Dios que nuestras autoridades civiles, por quienes hacemos permanente oración y con quienes buscamos dialogar (respetando las propias competencias) y la sociedad en su conjunto, enfoquemos mejor los esfuerzos, antepongamos el bien común al particular, y que los desafíos actuales que vienen del norte y también del sur del país, sean oportunidad para unir a la nación en torno al desarrollo social integral, como corresponde al verdadero humanismo.
Les recordamos las palabras del Papa Francisco: «La unidad prevalece sobre el conflicto», y les exhortamos a ser protagonistas en la construcción de un México más justo, fraterno y en paz.
Como pastores, invitamos a todos los mexicanos a unirse en oración por nuestra patria, a ser constructores de paz en sus entornos cotidianos y a comprometerse activamente en la búsqueda del bien común. Que Santa María de Guadalupe, Madre de los mexicanos, interceda por nosotros.
Ciudad de México, en el Año Santo del Señor, 24 de febrero de 202
+ Ramón Castro Castro Obispo de Cuernavaca Presidente
+ Héctor M. Pérez
Villarreal
Obispo Auxiliar de México
Secretario General
La Cuaresma
Mensaje del Papa para la Cuaresma 2025: Caminemos juntos en la esperanza
Queridos hermanos y hermanas:
Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» ( 1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3) [1].
En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.
Conversión para caminar
Antes que nada, caminar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel. No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida. Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para el viandante.
Conversión a la Sinodalidad
En segundo lugar, hagamos este viaje juntos. La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales [2]. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos [3]. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.
En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos [4]. Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.
Conversión a la esperanza
En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo [5], sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)» [6]. Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado [7], y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.
Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?
Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme [8]. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3) [9].
Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.
Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires.
FRANCISCO
Un camino de fe, itinerario sacramental
Miércoles de ceniza
El Tiempo de la Cuaresma es un tiempo de purificación que da inicio, por una larga tradición, con la celebración del Miércoles de Ceniza, en el cual los cristianos, al recibir este signo que denota la condición del hombre pecador que confiesa públicamente su culpa delante de Dios, por lo que expresa su voluntad interior de conversión, impulsado por la esperanza de que Dios se apiade en su misericordia. Se trata de un signo que da inicio a un itinerario de conversión que tendrá su punto de llegada en la celebración de la Penitencia sacramental en los días que anteceden a la Pascua (cfr. Ceremonial de los Obispos, 253).
Iniciación sacramental
La Cuaresma no debe considerarse simplemente como la preparación para la Pascua, sino como una auténtica y verdadera iniciación sacramental; es decir, un camino de fe que se basa en escuchar la Palabra de Dios y sus signos sacramentales realizados en la asamblea litúrgica, y que se expresa mediante etapas de profundización progresiva del misterio celebrado.
La Cuaresma posee un carácter exquisitamente sacramental cuyo fin no es sólo la Eucaristía pascual, sino también las promesas bautismales renovadas en la Vigilia Pascual.
Dimensiones de la Cuaresma
La Cuaresma tiene varias dimensiones fundamentales: la primera como introducción general al Misterio Pascual; la segunda sacramental-bautismal; la tercera de tensión ética y de conversión. Finalmente, la dimensión cristológica pascual que da fundamento a las tres anteriores. En resumen, el Tiempo Cuaresmal posee un marcado carácter cristocéntrico.
En el ciclo “C”
En este ciclo «C», la Cuaresma se presenta como un itinerario penitencial, que a través de los pasajes del Evangelio y las demás lecturas, se configura como una catequesis sobre la reconciliación, cuyo punto culminante es la celebración de la Pascua, donde resplandece la Misericordia de Dios, que nos ha reconciliado por medio de la Muerte y Resurrección de Cristo.
En los Domingos III, IV y V se proclaman los textos del evangelista san Lucas que muestran esta Misericordia de Dios: la higuera estéril, el Hijo pródigo/Padre misericordioso y la adúltera perdonada.
Cuaresma-Cuarenta días
La duración de la Cuaresma está relacionada con algunos acontecimientos bíblicos.
El número 40 aparece a menudo en la biblia en contextos relacionados con el juicio o con pruebas. Parece que Dios ha elegido este número para enfatizar momentos de problemas y dificultades.
Veamos algunos ejemplos. En el antiguo testamento, cuando Dios destruyó la tierra con agua, hizo que lloviera cuarenta días y cuarenta noches (Génesis 7:12). Después que Moisés mató al egipcio, huyó a Madián, donde pasó 40 años en el desierto cuidando ovejas (Hechos 7:30). Moisés estuvo en el monte Sinaí durante cuarenta días y cuarenta noches (Éxodo 24:18). Moisés intercedió a favor de Israel durante 40 días y 40 noches (Deuteronomio 9:18, 25). La Ley especificó un número máximo de azotes que un hombre podría recibir por un crimen, fijando el límite en 40 (Deuteronomio 25:3). Los espías israelitas les llevó 40 días para espiar Canaán (Números 13:25). Los israelitas divagaron durante 40 años (Deuteronomio 8:2-5). Antes de la liberación de Sansón, Israel sirvió a los filisteos durante 40 años (Jueces 13:1). Goliat se burló del ejército de Saúl durante 40 días antes de que David llegara para matarlo (1 Samuel 17:16). Cuando Elías huyó de Jezabel, viajó 40 días y 40 noches hasta el monte Horeb (1 Reyes 19:8).
El número 40 también aparece en las profecías de Ezequiel (4:6; 29:11-13) y Jonás (3:4).
En el nuevo testamento, Jesús fue tentado durante 40 días y 40 noches (Mateo 4:2). Hubo 40 días entre la resurrección y la ascensión de Jesús (Hechos 1:3).
La Ceniza ¿para qué?
Para volver a ser amigos de Dios
La ceniza es un signo de arrepentimiento y al mismo tiempo manifestación del deseo restaurar la alianza con Dios con la cual nos quiere asociar a su vida, realizando —incluso más allá de todo lo que podamos desear o imaginar— todo lo que es positivo dentro de nosotros y liberándonos de todo lo que es negativo dentro de nosotros y que frustra su vida, su felicidad y su desarrollo.
Un acto de memoria
Al imponernos la ceniza nos dicen: Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás. Adiós a nuestro orgullo ante Dios y los hermanos: un día estaremos enfermos, débiles y luego muertos. Nadie se escapa.
La otra frase prevista es: Arrepiéntete y cree en el Evangelio. Nos invita a aceptar nuestros errores y a buscar una vida nueva, no a nuestro antojo, si no al estilo de Cristo, al cual conocemos por el evangelio.
Normas para el ayuno y la abstinencia
Definamos
Ayunar se refiere a no comer alimentos sólidos durante un día completo.
Abstinencia es dejar de comer cualquier tipo de carnes.
1. El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo: ayuno y abstinencia.
2. Todos los viernes de Cuaresma son días de abstinencia de carne. Pero el Episcopado Mexicano ha dispuesto que: “se puede suplir la abstinencia de carne, excepto la del Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, por:
a) la abstinencia de aquellos alimentos que para cada uno significa especial agrado, sea por la materia o por el modo de preparación;
b) o por una especial obra de caridad;
c) o por una especial obra de piedad;
d) o por otro significativo sacrificio voluntario”
¿Quiénes?
3. Sujeto de la ley del ayuno y la abstinencia:
– Abstinencia de carne: todos los que han cumplido 14 años. La ancianidad, por sí sola, no exime de esta ley de abstinencia.
– Ayuno: todos los que han cumplido 18 años, hasta el comienzo de los sesenta.
Modo de ayunar
Se propone: Desayunar algo ligero por la mañana (té y un poco de pan), comida normal (sin exagerar) y cena frugal (algo ligero también).
Si alguno puede hacer sólo tres pequeños refrigerios sería otra forma.
8 de marzo: Día de la mujer
El agradecimiento de San Juan Pablo II a las mujeres
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta « esponsal », que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
Las relaciones hombre-mujer
en el Documento final del Sínodo
52. La necesidad de una conversión en las relaciones concierne inequívocamente a las relaciones entre hombres y mujeres. El dinamismo relacional está inscrito en nuestra condición de criaturas. La diferencia sexual constituye la base de la relacionalidad humana. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). En el proyecto de Dios, esta diferencia originaria no implica desigualdad entre el hombre y la mujer. En la nueva creación, esta es reinterpretada a la luz de la dignidad del Bautismo: “Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28). Como cristianos, estamos llamados a acoger y respetar, en las distintas formas y contextos en que se expresa, esta diferencia que es don de Dios y fuente de vida. Damos testimonio del Evangelio cuando intentamos vivir relaciones que respeten la igual dignidad y la reciprocidad entre hombres y mujeres. Las expresiones recurrentes de dolor y sufrimiento por parte de mujeres de todas las regiones y continentes, tanto laicas como consagradas, durante el proceso sinodal revelan con qué frecuencia no logramos a hacerlo.
60. En virtud del Bautismo, hombres y mujeres gozan de igual dignidad en el Pueblo de Dios. Sin embargo, las mujeres siguen encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de sus carismas, de su vocación y de su lugar en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia, en detrimento del servicio a la misión común. La Escritura atestigua la función destacada de muchas mujeres en la historia de la salvación. A una mujer, María Magdalena, se le confió el primer anuncio de la Resurrección; el día de Pentecostés, en el Cenáculo, estaba presente María, la Madre de Dios, junto a muchas mujeres que habían seguido al Señor. Es importante que los pasajes pertinentes de la Escritura encuentren un espacio apropiado en los leccionarios litúrgicos.
Algunas coyunturas cruciales en la historia de la Iglesia confirman la contribución esencial de las mujeres movidas por el Espíritu. Las mujeres constituyen la mayoría de los fieles y a menudo son los primeros testigos de la fe en las familias. Participan activamente en la vida de pequeñas comunidades cristianas y parroquias; dirigen escuelas, hospitales y centros de acogida; lideran iniciativas en favor de la reconciliación y la promoción de la dignidad humana y la justicia social.
Las mujeres contribuyen a la investigación teológica y están presentes en puestos de responsabilidad en instituciones vinculadas a la Iglesia, la Curia diocesana y la Curia Romana. Hay mujeres que ejercen funciones de autoridad o son líderes de comunidades.
Esta Asamblea hace un llamamiento a la plena aplicación de todas las oportunidades ya previstas en la legislación vigente en relación con la función de la mujer, en particular en los lugares donde aún no se han implementado. No hay nada que impida que las mujeres desempeñen funciones de liderazgo en la Iglesia: lo que viene del Espíritu Santo no puede detenerse. También sigue abierta la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal y es necesario proseguir con el discernimiento a este respecto. La Asamblea pide también que se preste más atención al lenguaje y a las imágenes utilizadas en la predicación, la enseñanza, la catequesis y la redacción de los documentos oficiales de la Iglesia, dando más espacio a la contribución de mujeres santas, teólogas y místicas.
La Esperanza, el Gran Desafío Hoy
Desafio para el Mundo Hoy
El amor, la única certeza
Estos días, próximos a iniciar la cuaresma y en el marco del Jubileo 2025, es un tiempo propicio para cantar nuestra gratitud al Señor pues «su misericordia es eterna». «Levanta del polvo al indigente y de la inmundicia al pobre para que se siente entre los príncipes de su pueblo»» (1ª Sam 2,8). «No hemos sido escogidos a causa de nuestros méritos, sino sólo por su misericordia. «Te he amado con un amor eterno, dice el Señor». Esta es nuestra seguridad. Este es nuestro orgullo: la conciencia de ser llamados y escogidos por amor».
Pecadores y prostitutas, antepasados de Jesús
A veces nos ponemos a considerar que somos o muy buenos o muy malos, y queremos entender o explicar y nosotros afrontar el complejo problema pecado y de la Gracia. En una catequesis, el Cardenal Van Thuân explicó que «Si consideramos los nombre de los reyes presentes en el libro de la genealogía de Jesús, podemos constatar que sólo dos de ellos fueron fieles a Dios: Ezequiel y Jeroboam. Los demás fueron idólatras, inmorales, asesinos… En David, el rey más famoso de los antepasados del Mesías, se entrecruzaba santidad y pecado: confiesa con amargas lágrimas en los salmos sus pecados de adulterio y de homicidio, especialmente en el Salmo 50, que hoy es una oración penitencial repetida por la Liturgia de la Iglesia. Las mujeres que Mateo nombra al inicio del Evangelio, como madres que transmiten la vida y la bendición de Dios en su seno, también suscitan conmoción. Todas se encontraban en una situación irregular: Tamar es una pecadora, Rajab una prostituta, Rut una extranjera, de la cuarta mujer no se atreve a decir ni siquiera el nombre. Sólo dice que había sido «mujer de Urías», se trata de Betsabé».
El pecado exalta la misericordia de Dios
«Y sin embargo –añadió el Cardenal Van Thuân — el río de la historia, lleno de pecados y crímenes, se convierte en manantial de agua limpia en la medida en que nos acercamos a la plenitud de los tiempos: en María, la Madre, y en Jesús, el Mesías, todas las generaciones son rescatadas. Esta lista de nombres de pecadores y pecadoras que Mateo pone de manifiesto en la genealogía de Jesús no nos escandaliza. Exalta el misterio de la misericordia de Dios.
También, en el Nuevo Testamento, Jesús escogió a Pedro, que lo renegó, y a Pablo, que lo persiguió. Y, sin embargo, son las columnas de la Iglesia.
Cuando un pueblo escribe su historia oficial, habla de sus victorias, de sus héroes, de su grandeza. Es estupendo constatar que un pueblo, en su historia oficial, no esconde los pecados de sus antepasados», como sucede con el pueblo escogido.
La esperanza hoy
La conciencia de la fragilidad del hombre y sobre todo del amor de Dios constituyen las grandes garantías de la esperanza. Todo el Antiguo Testamento está orientado a la esperanza: Dios viene a restaurar su Reino, Dios viene a restablecer la Alianza, Dios viene para construir un nuevo pueblo, para construir una nueva Jerusalén, para edificar un nuevo templo, para recrear el mundo. Con la encarnación, llegó este Reino. Pero Jesús nos dice que este Reino crece lentamente, a escondidas, como el grano de mostaza… Entre la plenitud y el final de los tiempos, la Iglesia está en camino como pueblo de la Esperanza».
La esperanza es una de las tres virtudes teologales junto con la fe y la caridad. Sin embargo, en el contexto contemporáneo, la esperanza enfrenta desafíos que la sitúan como un elemento central y, a la vez, complicado de mantener y vivir.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «la esperanza es la virtud teologal por la cual aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como nuestra felicidad» (CIC 1817). San Pablo, en su carta a los Romanos, nos recuerda que «la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5:5). Esta definición subraya la relación directa entre la esperanza y la promesa de Dios de la vida eterna.
En la actualidad, vivimos en una era marcada por el avance tecnológico, el desarrollo económico y la globalización. No obstante, estos avances también han traído consigo una serie de retos que ponen a prueba la esperanza.
Crisis globales: La pandemia de COVID-19 ha generado incertidumbre y temor en muchas personas. El teólogo Johann Baptist Metz, en su obra «La fe en la historia y en la sociedad», menciona que la esperanza debe confrontar la realidad del sufrimiento y la muerte, pero sin perder su capacidad transformadora.
Desigualdad social: La brecha económica y social sigue creciendo. El Papa Francisco, en su encíclica «Fratelli tutti», afirma que «la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte» (FT 55).
Degradación ambiental: El deterioro del medio ambiente es otra fuente de preocupación. El Papa Francisco en «Laudato Si’» nos llama a una esperanza activa, que incluya acciones concretas para cuidar nuestra casa común.
La esperanza cristiana no es una mera espera pasiva. Santo Tomás de Aquino nos enseña que la esperanza es una virtud que impulsa a la acción: «La esperanza responde al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de cada hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres» (CEC 1818). En este sentido, la esperanza se convierte en un motor para la transformación personal y social.
Compromiso con el prójimo: La esperanza se traduce en un compromiso activo con la caridad y la justicia. El Cardenal Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), en su libro «Jesús de Nazaret», nos invita a vivir la esperanza desde la verdad del Evangelio, enfrentando el mal con el bien y promoviendo la dignidad humana.
Vida sacramental: La Eucaristía, como fuente y cumbre de la vida cristiana, alimenta nuestra esperanza. San Juan Pablo II, en su encíclica «Ecclesia de Eucharistia», subraya que «la Eucaristía es un manantial de esperanza para el mundo» (EcE 57).
Hoy día, la esperanza es quizá el desafío más grande. Charles Péguy decía: «La fe que más me gusta es la esperanza». Sí, porque, en la esperanza, la fe que obra a través de la caridad abre caminos nuevos en el corazón de los hombres, tiende a la realización del nuevo mundo, de la civilización del amor, que no es otra cosa que llevar al mundo la vida divina de la Trinidad, en su manera de ser y obrar, tal y como se ha manifestado en Cristo y transmitido en el Evangelio.
Esta es nuestra vocación. Hoy, al igual que en los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento, actúa en los pobres de espíritu, en los humildes, en los pecadores que se convierten a él con todo el corazón.
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