LA ORACIÓN Y LA MISIÓN DE LA IGLESÍA
HACIA EL JUBILEO 2025 | LA ORACIÓN Y LA MISIÓN DE LA IGLESÍA
Estamos en el mes de Octubre y hablamos mucho de las misiones, del ser misionero, de que la Iglesia es misionera por naturaleza y que la comunidad de discípulos de Jesucristo tiene una misión. ¿Pero sabemos en qué consiste esa misión?
Hablar de la Iglesia misionera cobra sentido si conocemos las particularidades de esa misión, de lo contrario, somos una institución más en el mundo trabajando por sus ideales, en nada originales, en nada renovadores, en nada cristianos.
Misión es un término que significa o es entendido como la facultad o el poder que se le es dado a una o varias personas para realizar cierto deber o encargo. A quien se le confía una misión se le está haciendo un encargo, o sea, recibe instrucciones de parte de otro sobre una tarea a desarrollar.
La misión supone, entonces, una encomienda, un depósito de confianza. Trasladando la definición, la Iglesia es la depositaria de la misión de Jesús. ¿Y cuál es la misión de Jesús?
Veamos que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica al respecto:
Para realizar su misión, el Espíritu Santo «la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos» (LG 4).
«La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (LG 5).(CEC 768)
Él mismo Jesús, la define con una sentencia: “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”(Jn. 3, 17).
Jesús es consciente que el Padre le ha encargado la misión de salvar al mundo. La Iglesia, continuadora de la misión del Hijo, debe trabajar sin descanso para que la salvación llegue a todos, para que todos conozcan a Cristo, para que todos lo encuentren.
San Pablo, sabía que esa era su encomienda, su encargo, por eso al escribir a su hermano Timoteo estaba convencido de ello, al hablar del “Evangelio que me ha sido confiado” (1Tim. 1, 11).
La misión de la Iglesia es expandir el mensaje de salvación que le ha confiado el Señor, la misión de la Iglesia es evangelizar.
Ahora sí podemos hablar de particularidad, de novedad. La Iglesia no es una institución más con una misión más; la Iglesia es portadora del Evangelio y propagadora del mismo, encargada de ser sacramento universal de salvación, de llegar a todas las gentes, depositaria de la Buena Noticia más buena de todas: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda creatura, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
El Documento de Aparecida, entre los números 29 y 32 nos desarrolla los matices de esta misión evangelizadora, tanto a nivel general como desde nuestra realidad.
Al reconocer el gran encargo, la gran comisión de llevar el Evangelio a todas las creaturas, cabe cuestionarnos cómo hacerlo, de qué manera, en qué tiempos, hasta dónde y hasta cuándo, bajo qué configuración.
Se propone “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo”. Por ello insiste en que la conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros, también pide pasar de “una pastoral de mera conservación, a una pastoral decididamente misionera”
Aparecida no hace una exposición sistemática y extensa de este tema, y nos recuerda de “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” (DA11).
Por ello insiste en que la conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros, también pide pasar de “una pastoral de mera conservación, a una pastoral decididamente misionera” (DA 370).
Aparecida, nos deja tres puntos firmes a los cuales aferrarnos. Desde allí se puede partir para configurarnos cada día más a la medida de la misión que se nos ha encomendado.
Anunciamos el amor de Dios
La fuerza que nos ha transformado y convertido en discípulos misioneros es el amor de Dios. Más aún, la fuerza que nos ha creado, que nos ha dado vida y que nos mantiene en ella, es el amor de Dios.
La misión, pues, no escapa a esa realidad, sino que la anuncia plenamente y de manera frontal. La misión es la comunicación del amor de Dios, es la revelación de un Padre amoroso, de un Hijo que muere y resucita por amor, del Espíritu Santo que moviliza los corazones.
La evangelización, a la hora de anunciar con palabras, no puede dejar de hablar del amor divino, del Dios cercano que no representa una amenaza para el hombre, sino un seno de acogida. Y la evangelización, a la hora de las obras, no puede realizarlas por asistencialismo o filantropía vacía, sino por la inquietud del amor de Dios que ha determinado nuestro amor al prójimo.
A la manera de Jesucristo
El modelo del discipulado misionero es el Maestro, y la misión se debe hacer según ese modelo. Aprendemos de Él y caminamos su seguimiento con la meta de volvernos cada día más parecidos a sus palabras, más semejantes a sus acciones, más cercanos a su querer.
La misión de Jesús se desarrolló desde el servicio y la humildad, desde abajo, desde la pobreza. La actitud de Jesús es la de aquel que tiene su confianza en el Padre y no se aferra a lo mundano.
La misión de la Iglesia está llamada a realizarse siguiendo este modelo de servicio. La misión es un servicio de amor que no está sustentada por el dinero de las obras materiales, sino por aquellos valores que el mundo desprecia ciegamente, como la Eucaristía, la Palabra o el mensaje del Reino.
Con la alegría del encuentro
Entendemos la cristología de Aparecida como una cristología del encuentro. Somos llamados al encuentro con una Persona capaz de cambiarnos rotundamente, de amarnos totalmente y de liberarnos plenamente. Somos enviados a comunicar ese encuentro a los otros como un don, un regalo de Dios que quiere cambiar a todos rotundamente, amarnos a todos totalmente y liberarnos a todos plenamente.
Eso es suficiente motivo de alegría, y no podemos renegar a esa felicidad de la Buena Noticia. Dios nos ama, y no hay tribulación, dificultad u obstáculo que se oponga a ello; Cristo ha vencido a la muerte y al mal, los cuales están derrotados y ya no tienen la última palabra. El mensaje cristiano es el mensaje de la alegría completa.
La misión debe realizarse en la alegría del Evangelio. Como sintetiza Aparecida: “Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (DA 29).
Para este mes, el Papa invita a rezar «Por una misión compartida»
Oremos:
Padre nuestro, Tu Hijo Unigénito Jesucristo resucitado de entre los muertos encomendó a sus discípulos el mandato de “id y haced discípulos a todas las gentes”.
Tú nos recuerdas que a través de nuestro bautismo somos partícipes de la misión de la Iglesia Por los dones de tu Santo Espíritu, concédenos la gracia de ser testigos del Evangelio, valientes y tenaces, para que la misión encomendada a la Iglesia, que aún está lejos de ser completada, pueda encontrar manifestaciones nuevas y eficaces que traigan vida y luz al mundo.
Ayúdanos a hacer que todos los pueblos puedan experimentar el amor salvífico y la misericordia de Jesucristo, Él que es Dios y vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. (Papa Francisco)
Amén
(L.C. Héctor García | CODIPAC Chilpancingo-Chilapa)