LA ORACION Y LA PALABRA DE DIOS.
La palabra de Dios, es Dios mismo hablándonos, nos dice el documento de Eclessia en America (EA 12), que uno de los lugares de encuentro con el Señor es la Palabra de Dios, recomendado fomentar el conocimiento de los Evangelios, en los que se proclama, con palabras fácilmente accesibles a todos, el modo como Jesús vivió entre los hombres, por lo que, quisiera detenerme un momento, para reflexionar un poco sobre la oración que podemos hacer a partir de un pasaje de la Biblia, LA ORACION Y LA PALABRA DE DIOS
Las palabras de la Sagrada Escritura no han sido escritas para quedarse atrapadas en el papel y ahora también en nuestro celular, sino para ser acogida por una persona que reza, haciéndolas brotar en su corazón. La palabra de Dios va al corazón.
El Catecismoafirma: «A la lectura de la sagrada Escritura debe acompañar la oración —la Biblia no puede ser leída como una novela— para que se realice el diálogo de Dios con el hombre» (n. 2653). Así te lleva la oración, porque es un diálogo con Dios.
Ese versículo de la Biblia ha sido escrito también para mí, hace siglos, para traerme una palabra de Dios. Ha sido escrito para cada uno de nosotros.
A todos los creyentes les sucede esta experiencia: Hemos escuchado ya muchas veces, un pasaje de la Escritura, un día de repente, Dios, por ese pasaje, me habla e ilumina en la situación que estoy viviendo. Pero es necesario que yo, ese día, esté ahí, en la cita con esa Palabra, escuchándola.
Todos los días Dios pasa y lanza una semilla en el terreno de nuestra vida. No sabemos si hoy encontrará suelo árido, zarzas, o tierra buena, que hará crecer esa semilla (cf. Mc 4,3-9). Depende de nosotros, de nuestra oración, del corazón abierto con el que nos acercamos a las Escrituras para que se conviertan para nosotros en Palabra viviente de Dios. Dios pasa, continuamente, a través de la Escritura. Y retomo lo que dije la semana pasada, que decía san Agustín: “Tengo temor del Señor cuando pasa”. ¿Por qué temor? Que yo no le escuche, que no me dé cuenta de que es el Señor.
A través de la oración sucede como una nueva encarnación del Verbo. Y somos nosotros los “tabernáculos” donde las palabras de Dios quieren ser acogidas y custodiadas, para poder visitar el mundo.
LA PALABRA NOS LLEVA A LA ORACION
Por eso es necesario acercarse a la Biblia sin segundas intenciones, sin instrumentalizarla. El creyente no busca en las Sagradas Escrituras el apoyo para la propia visión filosófica o moral, porque espera un encuentro; sabe que estas palabras, han sido escritas, inspirados, por el Espíritu Santo y que por lo tanto en ese mismo Espíritu deben ser acogidas, ser comprendidas, para que el encuentro se realice.
A mí me molesta un poco cuando escucho cristianos que recitan versículos de la Biblia como los loros. “Oh, sí, el Señor dice…, quiere así…” ¿Pero tú te has encontrado con el Señor, con ese versículo? No es un problema solo de memoria: es un problema de la memoria del corazón, la que te abre para el encuentro con el Señor. Y esa palabra, ese versículo, te lleva al encuentro con el Señor.
Nosotros, por tanto, leemos las Escrituras para que estas “nos lean a nosotros”. Y es una gracia poder reconocerse en este o aquel personaje, cuando estamos en esta o aquella situación.
La Biblia no está escrita para una humanidad genérica, sino para todos nosotros, para mí, para ti, para hombres y mujeres en carne y hueso, hombres y mujeres que tienen nombre y apellidos, como tú y como yo. Y la Palabra de Dios, impregnada del Espíritu Santo, cuando es acogida con un corazón abierto, no deja las cosas como antes, siempre cambia algo.
Esta es la gracia y la fuerza de la Palabra de Dios, transforma nuestra vida y nuestros corazones.
LA LECTIO DIVINA
La tradición cristiana es rica en experiencias y reflexiones sobre la oración con la Sagrada Escritura. En particular, se ha consolidado el método de la “lectio divina”, nacido en ambiente monástico, pero ya practicado también por los cristianos que frecuentan las parroquias.
Se trata ante todo de leer el pasaje bíblico con atención, es más, diría con “obediencia” al texto, para comprender lo que significa en sí mismo. Sucesivamente se entra en diálogo con la Escritura, de modo que esas palabras se conviertan en motivo de meditación y de oración: permaneciendo siempre adherido al texto, empiezo a preguntarme sobre qué “dice esa palabra (textual)”, que “me dice a mí esa palabra, cual es el mensajes que Dios quiere darme para mi vida”.
Es un paso delicado: no hay que resbalar en interpretaciones subjetivistas, sino entrar en el surco vivo de la Tradición, que une a cada uno de nosotros a la Sagrada Escritura, que nos tiene que llevar invariablemente a la oración, hablar con Dios para Agradecerles, Alabarte, Adorarle, etc.
Y el último paso de la lectio divina es la contemplación. Aquí las palabras y los pensamientos dejan lugar al amor, como entre enamorados a los cuales a veces les basta con mirarse en silencio. El texto bíblico permanece, pero como un espejo, como un icono para contemplar. Y así se tiene el diálogo.
A través de la oración, la Palabra de Dios viene a vivir en nosotros y nosotros vivimos en ella. La Palabra inspira buenos propósitos y sostiene la acción; nos da fuerza, nos da serenidad, y también cuando nos pone en crisis nos da paz. En los días “torcidos” y confusos, asegura al corazón un núcleo de confianza y de amor que lo protege de los ataques del maligno.
LA PALABRA SE HACE CARNE EN LA ORACION
Así la Palabra de Dios se hace carne —me permito usar esta expresión: se hace carne— en aquellos que la acogen en la oración. En algunos textos antiguos surge la intuición de que los cristianos se identifican tanto con la Palabra que, incluso si quemaran todas las Biblias del mundo, se podría salvar el “la imagen de la palabra” a través de la huella que ha dejado en la vida de los santos.
La vida cristiana es obra, al mismo tiempo, de obediencia y de creatividad. Un buen cristiano debe ser obediente, pero debe ser creativo. Obediente, porque escucha la Palabra de Dios; creativo, porque tiene el Espíritu Santo dentro que le impulsa a practicarla, a llevarla adelante.
Jesús lo dice al final de un discurso suyo pronunciado en parábolas, con esta comparación: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas —de su corazón— lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52). Las Sagradas Escrituras son un tesoro inagotable.
Que el Señor nos conceda, a todos nosotros, tomar de ahí cada vez más, mediante la oración.
Oremos:
«Dios de Israel, tú tienes tu trono sobre los querubines. Tú eres el único Dios de todos los reinos de la tierra; tú eres el creador del cielo y de la tierra. ¡Préstanos atención! Mira lo que nos está sucediendo en nuestra tierra, en nuestros pueblos y naciones. Dios nuestro, te rogamos que nos salves del poder de nuestros enemigos, para que todas las naciones de la tierra sepan que tú eres el único Dios». (Cfr. 2 Reyes 19.15-16a, 19)
(L.C. Héctor García | CODIPAC Chilpancingo-Chilapa)