MENSAJE CON MOTIVO DE LA SEMANA POR LA VIDA 2025

Este documento ofrece material guía para la impartición de tres pláticas durante la semana por la vida 2025. Se propone que las pláticas se impartan el lunes, miércoles y viernes de dicha semana.

Las pláticas contienen material abundante. No es necesario impartirlo todo, sino que se puede seleccionar lo necesario o lo que se considere lo más valioso para la audiencia a la que se está impartiendo. Subsidio Completo en formato PDF

MENSAJE CON MOTIVO DE LA SEMANA POR LA VIDA 2025

La conciencia iluminada por la verdad nos lleva a hacer el bien

Guadalajara, Jal. A 25 de marzo del 2025

Queridos hermanos en Cristo,

Con profunda esperanza y amor en Cristo Resucitado, me dirijo a ustedes en esta Semana por la Vida, un tiempo de reflexión, oración y compromiso con el don precioso de la vida que Dios nos ha concedido. En un mundo marcado por sombras de muerte y desesperanza, la Iglesia nos recuerda que la vida es un don sagrado, que debe ser acogido, protegido, defendido y promovido (cf. EV, 5) con valentía. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), como nos recuerda el Papa Francisco en la Bula Spes non confundit (SNC), nos impulsa a proclamar la dignidad de toda persona humana y a trabajar incansablemente por un México justo y reconciliado.

Hoy, en nuestra amada patria mexicana, enfrentamos una dolorosa realidad que hiere el corazón de nuestra sociedad, la cultura de la muerte y del descarte ha permeado en diversas formas, desde la despenalización y promoción del aborto, hasta el azote de la violencia descontrolada, la delincuencia organizada y el flagelo del narcotráfico que ha convertido regiones enteras en zonas de guerra. Estas manifestaciones de muerte, que se han ido instalando en nuestro país, amenazan la dignidad humana, deshumanizan nuestra convivencia y dejan una herida profunda en la conciencia de nuestro pueblo. “(San Pablo) sabe que la vida está hecha de alegrías y dolores, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento” (SNC, 4), por eso, la Iglesia nos invita a mirar el futuro con esperanza y reafirma su compromiso inquebrantable con la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

Esa oscuridad parece también afectar lo más hermoso que Dios nos ha regalado: nuestra conciencia. La conciencia es un “sagrario interior” donde Dios y nosotros conocemos la verdad de nuestras acciones e intenciones (GS, 16). Aquí y ahora, Cristo nos ilumina en nuestra conciencia para dar sentido a nuestra vida y abrirnos a los demás. Es en este espacio interior donde debemos formar una conciencia recta y verdadera, capaz de llamar bien al bien y mal al mal, rechazando cualquier engaño o falsedad que intente justificar el mal.

Sin embargo, la formación de la conciencia no es automática ni subjetiva; requiere ser educada en la luz del Evangelio, la razón natural y la enseñanza de la Iglesia. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador” (CEC, 1783). Esta educación de la conciencia exige apertura a la verdad, disposición para aprender de la doctrina de la Iglesia y un compromiso sincero con la búsqueda del bien.

Además, en tiempos donde la confusión busca debilitar la confianza y la esperanza, es aún más urgente fortalecer la conciencia con la verdad. “En lo íntimo de la conciencia moral se produce el eclipse del sentido de Dios y del hombre, con todas sus múltiples y funestas consecuencias para la vida […] no sólo porque tolera o favorece comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la «cultura de la muerte», llegando a crear y consolidar verdaderas y auténticas «estructuras de pecado» contra la vida […] Cuando la conciencia, este luminoso ojo del alma (cf. Mt 6, 22-23), llama «al mal bien y al bien mal» (Is 5, 20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ceguera moral” (EV, 24). Una conciencia rectamente formada no es esclava de modas pasajeras, de lobbies ni de ideologías, sino que, iluminada por la verdad, nos lleva a reconocer la bondad de Dios y esperar incluso en momentos difíciles.

Por tanto, la formación de una conciencia recta y verdadera es un deber ineludible para cada cristiano. Es mediante la oración, el estudio de la Palabra de Dios, la enseñanza del Magisterio y la práctica de las virtudes que nuestra conciencia puede ser una luz que guíe nuestras decisiones. Así, con una conciencia iluminada por la verdad, podremos ser testigos auténticos de la vida y promotores de la esperanza en medio de la sociedad.

La esperanza cristiana, fundada en la Resurrección de Cristo, nos llama a no desfallecer, sino a ser testigos valientes de la vida. “Esta esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5,5). En medio de las sombras, somos llamados a ser luz.

“La verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que así es conducido a conocer y amar al Señor” (Veritatis splendor, 1). La Doctrina Social de la Iglesia nos invita a trabajar por la justicia y la paz, combatiendo las causas estructurales de la violencia y promoviendo la solidaridad. El Proyecto Global de Pastoral nos ofrece una visión clara: somos llamados a ser una Iglesia en salida, profética y misericordiosa, que acompañe el dolor de su pueblo y anuncie con valentía el Evangelio de la vida. ¡No estamos solos! Como nos recuerda Jesús: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

En esta Semana por la Vida, unidos al Jubileo de la Esperanza, abramos nuestra conciencia a la luz de la verdad para ser mensajeros de la esperanza y la vida. Igualmente, alejémonos de la oscuridad de la mentira.

Frente a la cultura de la muerte y del descarte, nuestra respuesta debe ser un compromiso firme y decidido por la cultura de la vida y la dignidad humana. Esto implica:

  • Formar la conciencia, iluminada por la verdad. Es fundamental educarla en la luz del Evangelio y la enseñanza de la Iglesia para evitar caer en el error y la confusión moral.
  • Defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural. La Iglesia nos llama a velar por las personas en sus etapas vulnerables, especialmente a los no nacidos y a los ancianos. No podemos callar ante leyes injustas que atentan contra la dignidad humana. Como dijo San Juan Pablo II: “una nación que mata a sus hijos no tiene futuro”.
  • Promover la familia y la educación en valores. La familia es el primer ámbito donde se aprende a amar y respetar la vida. Es necesario fortalecer el matrimonio, la educación en la fe y los valores cristianos para que las nuevas generaciones crezcan en una cultura de respeto y solidaridad.
  • Combatir la violencia con la paz del Evangelio. No podemos resignarnos ante la violencia. La paz comienza en el corazón de cada persona y se construye con justicia. Como nos recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: “la paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad” (CDSI, 494).
  • Acompañar a las víctimas de la violencia. Como Iglesia, estamos llamados a ser samaritanos que sanan las heridas de quienes han sufrido la violencia. La misericordia es un testimonio concreto de la esperanza cristiana.
  • Fortalecer la evangelización y el compromiso social. No basta con denunciar el mal, es necesario anunciar la Buena Nueva de Cristo. Debemos estar presentes en todos los espacios donde se necesite consuelo y acompañamiento.

Queremos ser mensajeros de la esperanza y de la vida, acogiendo con amor la maternidad. Seamos mensajeros de la esperanza y de la vida, acogiendo con amor al enfermo, débil y vulnerable. Acojamos a nuestros enfermos, particularmente a quienes se encuentran en la cercanía de resurrección de la vida en Cristo. Seamos mensajeros de la esperanza y de la vida, rehabilitando a quienes han caído en las garras del crimen. La dignidad humana se ha visto seriamente dañada por el secuestro, la extorsión y la violencia. Además, en este período debemos ser mensajeros de la esperanza y de la vida con los migrantes, como exhorta el Santo Padre.

Queridos hermanos, la situación que enfrentamos en México es desafiante, pero tenemos la certeza de que Dios camina con su pueblo, y nosotros estamos llamados a ser testigos y mensajeros de la esperanza y de la vida. Que la esperanza sea un faro que oriente nuestro caminar, porque sabemos que el Amor nos ha salvado y nos sostiene.

Oremos con confianza, comprometámonos con valentía y trabajemos juntos por un México donde la vida sea respetada y promovida en todas sus etapas. Pongamos esta Semana por la Vida en manos de Santa María de Guadalupe, Madre de la Vida, para que interceda por nosotros y nos ayude a ser constructores de una auténtica cultura de la vida.

Que el Señor les bendiga y les fortalezca en esta noble misión.

Mons. Ramón Salazar Estrada.
Obispo Auxiliar de Guadalajara y
Responsable de la Dimensión Episcopal de Vida.

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