SAN MARGARITO FLORES GARCÍA

San Margarito Flores García, Nació en Taxco, Gro. (Diócesis de Chilapa), el 22 de febrero del 1899. Párroco de Atenango del Río, Gro., (Diócesis de Chilapa). Tres años de ministerio fueron suficientes para conocer la entrega sacerdotal del Padre Margarito. Se encontraba fuera de la Diócesis a causa de la persecución, cuando supo de la muerte heroica del Sr. Cura David Uribe, exclamó: «Me hierve el alma, yo también me voy a dar la vida por Cristo; voy a pedir permiso al Superior y también voy a emprender el vuelo al martirio».

El Vicario general de la Diócesis le nombró vicario con funciones de párroco de Atenango del Rio, Gro. El Padre Margarito se puso luego en camino. Fue descubierto como sacerdote al llegar a su destino; apresado y conducido a Tulimán, Gro., donde se dio la orden de fusilarlo.

El Padre Margarito pidió permiso para orar, se arrodilló unos momentos, besó el suelo y luego, de pie, recibió las balas que le destrozaron la cabeza y le unieron para siempre a Cristo Sacerdote, el 12 de noviembre de 1927.

Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Tulimán, en México, san Margarito Flores, presbítero y mártir, que, en la gran persecución contra la Iglesia, por ser sacerdote fue encarcelado y fusilado, obteniendo así la gloria del martirio. (1899-1927).

Margarito Flores García nació el 22 de febrero de 1899, en la pintoresca y colonial ciudad de Taxco de Alarcón, Guerrero, perteneciente a la Diócesis de Chilapa. Sus padres fueron don Germán Flores Viveros y Merced García, de origen humilde, sencillos pero profundamente cristianos.

Don Germán nació en el año de 1872, fue hijo de Alejo Flores y de Paula Viveros. Don Alejo desempeñaba el oficio de curtido de pieles, enseñanza heredada de su padre, don Lauro Flores, originario de Tlaxcala, que se quedó a radicar en Taxco, por motivos de la guerra de Independencia. Doña Merced, nació en el año de 1873, fue hija natural de Regina García, que quedó embarazada cuando trabajaba de empleada doméstica en casa de la familia Ortiz. Tiempo después el señor Lino Ortiz reconoció la paternidad de la niña.

Germán Flores y Merced García contrajeron matrimonio eclesiástico el 30 de junio de 1890, en la Parroquia de Santa Prisca. Vivieron en la casa marcada con el número 39 de la calle de Ojeda, en Taxco, Guerrero. Ahí procrearon a sus hijos: María, Ignacio, Francisco, Margarito, Luis, Jesús, Paula y Marciana.

Don Germán se dedicaba al oficio de talabartero y peluquero y la señora Merced se dedicaba a las labores del hogar. Con ellos vivía la madre de don Germán, doña Paula Viveros, de profundas raíces cristianas que supo inculcar en su hijo y en su nuera.

Por su quebrantada salud, Margarito fue llevado a la pila bautismal hasta el domingo 5 de marzo de 1899, en la Parroquia de Santa Prisca y San Sebastián, en la ciudad de Taxco, donde el Párroco Don Antonio Hernández Rodríguez lo ungió con óleo y crisma, imponiéndole el nombre de José Florencio Víctor, siendo sus padrinos los hermanos Florentino y Magdalena Ramírez.

A los pocos días de esta celebración, el día 18 de mayo muere su hermano Francisco, víctima del cólera. Don Germán y doña Merced temieron que el recién nacido tuviera la misma suerte, por lo desnutrido que estaba. Pero su abuela, Paula Viveros, se postró varios días frente al Sagrario del Templo de Santa Prisca, para encomendar al niño a Santa Margarita de Cortona, que en el Santoral se festeja el 22 de febrero, fecha en que nació José Florencio Víctor. Paulatinamente la salud del bebé fue recuperándose notablemente, por lo que su abuela le llamó MARGARITO, nombre con el que se le conoció desde entonces.

Cuando Margarito tenía tres años padeció viruela negra y al llegar a la edad escolar fue inscrito en la escuela oficial; desde el comienzo mostró interés y amor al estudio y obtuvo excelentes calificaciones. Terminada la primaria a los 12 años, se dedicó con verdadero fervor y piedad al servicio de Dios. Visitaba diariamente y con singular devoción la iglesia parroquial para postrarse en oración ante el Santísimo Sacramento.

Por aquel tiempo la escasez de trabajo se acentuaba gravemente, y con muchas dificultades se sostenía económicamente la familia. Esto dio ocasión para que su padre le manifestara la necesidad que tenían de que se pusiera a trabajar para ayudar a sufragar los gastos de la casa. Sin apartarse de las razones expuestas por su padre, respetuosamente le objetó que tenía un propósito más significativo, pero comprendiendo la realidad que estaba viviendo su familia, atendió a sus razones y preparó la tierra y sembró el terreno que circundaba su casa.

Se esforzó tanto en la labor, que enfermó de una penosa y grave pulmonía. En estado de convalecencia, accedió a prestar sus servicios de empleado dependiente en una casa comercial llamada “La Gran Señora”, propiedad del señor Mateo Flores, pero nuevamente el exceso de trabajo le ocasionó trastornos hemorrágicos que lo pusieron al borde de la muerte.

A los 14 años manifestó su deseo de ingresar al Seminario de Chilapa. Comunicó a sus padres sus aspiraciones y encontró oposición, no por el hecho de tratarse de esa vocación, sino por la falta de recursos para sostenerlo. Con grandes sacrificios don Germán Flores reunió algo de dinero, otras personas supieron sus deseos y lo alentaron a seguir adelante obsequiándole algunos objetos.

La víspera de su partida, su abuela, a quien cariñosamente llamaban “Papilita”, lo llevó hasta el atrio de la capilla de Nuestro Señor de Ojeda, donde le dio los consejos usuales y le entregó un paliacate de morralla, para que con esos centavitos se comprara dulces cuando sintiera lo amargo de la vida.

En la madrugada del 6 de enero de 1915, fría pero cálida de ilusiones para Margarito, se despidió en medio de las lágrimas de su abuelita, de su señora madre y sus hermanos. Don Germán y su hijo bajaron hasta la plaza Borda. Las tenues luces del alba, cobijaron las siete colinas del día de Epifanía, en el que Margarito con unos arrieros se puso en camino, por aquellas ondulantes brechas de herradura con dirección a la ciudad de Iguala, distante seis horas, ante el temor de ser asaltado por las gavillas.

De Iguala, Margarito partió en un automóvil de servicio a la capital del Estado, recorrido que en ese tiempo se hacía en cuatro horas, teniendo que pasar el río Balsas en un chalán. Al llegar a Chilpancingo, se dirigió a la Casa Cural, donde le dio alojo el Padre Escobar. Reunidos en ese lugar varios aspirantes y seminaristas, se creyó pertinente enviarlos a Chilapa el 10 de enero, jornada a lomo de bestias que duraba aproximadamente doce horas. Al día siguiente, 11 de enero de 1915, se inscribía Margarito oficialmente en el Seminario de Chilapa, a la edad de 15 años.

En enero de 1916, Chilapa se encontraba en poder de los zapatistas, y a fines de ese mes, la plaza fue recuperada por el coronel Rafael del Castillo Calderón, que desinteresadamente prestó ayuda a los Padres Eudistas, de origen francés, que dirigían el Seminario, para que éstos no fueran molestados.

En los años de estudio obtuvo numerosos diplomas, medallas por su aprovechamiento y menciones honoríficas. Para ayudarse económicamente durante su estancia en el Seminario, ejerció el oficio de peluquero que había aprendido de su padre, cobrando una mínima cantidad. Por obediencia tenía a su cargo el alumbrado de quinqués de petróleo, hasta que en 1919 fue instalada la red del servicio eléctrico. Pese a las carencias, Margarito logró sacar adelante sus estudios.

El domingo 20 de agosto de 1916, el Sr. Obispo Don Francisco Campos y Ángeles, en la Capilla del Seminario de Chilapa, le confirió al seminarista Margarito Flores su primera tonsura. En una carta fechada el 25 de marzo de 1917, pone de manifiesto el ambiente seminarístico que vivió:

“Estimado Emilio:

Tiempo ha, que en tus anteriores cartas me muestras el deseo ardiente que tienes de conocer, al menos por medio de una minuciosa narración el interior del Sagrado recinto que habitamos, y no esperas sino una ocasión favorable, que felizmente hoy se me presenta, para cumplir tu deseo y hacerte una pintura aunque imperfecta de lo que hoy es este Seminario, en el cual tanto te interesas.

Nuestra mencionada casa ocupa una gran extensión, tiene tres grandes patios, uno de los cuales ocupan exclusivamente los mayoristas y está hermoseado por muchas y variadas plantas, que nos prodigan aromáticas flores; en este mismo patio crecen frondosas limas y naranjos que apenas se ensayan en darnos sus frutos; en columnas que sostienen el techo de los corredores se levantan airosos los jardines, cubiertos de flores blancas, que impregnan el aire de un suavísimo olor y dan realce a estas columnas vistiéndolas y envolviéndolas completamente con los tiernos bejuquillos que se van alargando más y más hasta formar con las otras guías un arco gracioso. En este patio se levanta majestuosa una habitación con su techo de palma, pero con todo muy aseada; sus paredes blancas hacen contraste con las ventanas, pintadas de un color verde que la adornas, y con las frescas plantas que crecen a sus pies, al lado de esta casita y al frente de la portada se encuentra una fuente redonda que suministra agua necesaria para las flores.

Este patio, que está separado del nuestro por una pieza que ocupamos para dormitorio, y que está comunicado por dos pasadizos. El otro patio no tiene muchas flores, porque nos sirve en los juegos para los cuales se necesita extenso lugar, está rodeado de un vestíbulo.

Frente al dormitorio que separa al Seminario Menor y al Mayor, está la Capilla, la Casa de Dios, donde vamos a meditar y a pedir en dulces coloquios, lo que nos es necesario.

En esta parte se encuentran los salones de clases, el estudio, el refectorio y los baños, como decíamos, en este patio no hay flores. Sólo se encuentra una campana que señala y pregona con su voz sus órdenes.

En el tercer patio, se encuentran las conejeras y palomares; cultivándose algunos vegetales y platanares; tiene también sus fuentes que refrescan con sus aguas.

En esta morada gozamos de una vida sosegada y activa, al mismo tiempo, porque aquí no hay pereza o si la hay no se deja vislumbrar.

Ruego a Dios que te conserve”.

Margarito Flores.

Margarito recibió las cuatro órdenes menores el 26 de octubre de 1919; el subdiaconado en la Catedral de Chilapa el 26 de octubre de 1921 y el diaconado en la Capilla del Seminario de Chilapa, el 30 de marzo de 1924. Recibió el presbiterado en la Capilla del Seminario de Chilapa el 5 de abril de 1924 por imposición de manos del Excmo. Sr. Obispo José Guadalupe Ortiz López.

A las ocho de la mañana del 20 de abril de 1924, Domingo de Resurrección, celebró su Primera Misa en la Parroquia de Santa Prisca y San Sebastián de Taxco, mismo lugar donde recibió su bautismo, con inmenso regocijo del pueblo cristiano y de sus padres, hermanos, familiares y amigos que estuvieron presentes. Terminada la ceremonia, el Señor Cura Febronio Jaimes pronunció un elocuente fervorín, siguiendo la ceremonia del “besamanos” y los parabienes al Padre Margarito. Culminando con este acto, los familiares del Padre ofrecieron una sencilla comida en su casa del Barrio de Ojeda.

Al día siguiente, 21 de abril de 1924, con especial devoción, celebró su segunda Misa en la Capilla de “Nuestro Señor de Ojeda”, ubicada en el barrio donde nació.

Regresó a Chilapa y se le informó que por disposición de la autoridad eclesiástica, se le nombraba catedrático del Seminario. Tiempo después fue nombrado Vicario Cooperador de la Parroquia de Santa María de la Asunción, en Chilpancingo, la capital del Estado de Guerrero, y con gran fervor y celo apostólico se entregó totalmente al cumplimiento de su ministerio.

El encargado de la Parroquia, desde el 15 de febrero de 1910, era el Padre Margarito Escobar Ríos. Así desde agosto de 1924, en la capital del Estado, había dos Padres Margaritos, el grande y el chiquito como los distinguió desde ese entonces la grey. Al igual que sus nombres, los sacerdotes tenían en común algunas afinidades, tales como la escultura y pintura.

El Padre Margarito Flores fue siempre muy dinámico y obediente, el Padre Escobar le encomendó la atención y visita de las capillas de la Parroquia que él, lleno de vigor y siempre presto a la petición de los fieles les servía con paciencia, teniendo que recorrer a pie o en bestia los caminos, según el caso, haciendo caso omiso al estado del tiempo y redoblando sus actividades en las temporadas de mayor acercamiento a los Sacramentos de la Confesión y Eucaristía.

Uno de los grandes anhelos fue la fundación de colegios católicos para la instrucción de la niñez, y con la colaboración de profesores que habían sido sus discípulos, estableció en Chichihualco el Colegio “Nicolás Bravo” e impartió clases de francés en el Colegio Wallace de Chilpancingo, reanimó los Centros de Catequesis de los barrios de San Mateo, San Antonio, San Francisco, de la Parroquia de la Asunción y de las rancherías.

En sus ratos libres, el Padre Margarito Flores siempre estaba leyendo, rezando su Breviario, preparando sus homilías. Sus actos litúrgicos los hacía lleno de fervor y contemplación, el rezo del Santo Rosario lo meditaba de rodillas y buen lapso pasaba en constante oración frente al Santísimo Sacramento.

La víspera del viernes primero de cada mes, redoblaba sus actividades con el fin de atraer a la confesión a sus feligreses. Fue de carácter serio, pero atento y amable con todos, siempre dispuesto a servir con humildad y sacrificio. Su lecho de reposo lo formaban tres tablas y su almohada era un pedazo de cartón; además acostumbraba disciplinarse.

En 1926 surgió el conflicto religioso y el 1º de agosto se suspendieron los cultos en el Templo Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. En Chilpancingo, el Padre Margarito Flores, vivió recluido junto con el señor Cura Margarito Escobar, en la casa del señor Tiburcio vega, situada en donde se encuentra el jardín de niños “Genoveva Alarcón de Abarca”. En aquel tiempo la casa tenía su entrada principal por la calle Ignacio Ramírez y por la calle de Juan Ruiz de Alarcón, había un portón donde las madrugadas solía salir el Padre Margarito a llevar el Viático a los necesitados.

Posteriormente fue removido de Chilpancingo a Tecalpulco. Encontrándose en este lugar, hizo una visita el Señor Cura de Cacalotenango, Presbítero Pedro Bustos. Esa misma tarde llegaron tropas federales en persecución de los cristeros y esto obligó a ambos sacerdotes a refugiarse en las montañas por espacio de varios días. Se separaron y cada cual regresó con su familia.

Bajo esa condición, una noche en su caminata, se acercó a la choza de un campesino para solicitarle pasar allí la noche; la respuesta fue negativa, argumentando que le ocasionaría graves peligros a él y a su familia, y se vio obligado a quedarse en el campo y sin probar alimento.

Al día siguiente llegó a un lugar denominado “Cerro de Atache”, cercano a Taxco, en donde permaneció, sin comer nada, esperando que anocheciera para poder encaminarse a su casa. La sorpresiva llegada del Padre Margarito, en condiciones tristes y dolorosas, ocasionó profunda conmoción. Ahí en Taxco, se dedicó a pintar algunos cuadros y esculpió una imagen de un Niño Dios que se encuentra actualmente en el templo de Axixintla.

En una ocasión, el Padre Margarito contempló desde la ventana de su cuarto, el paso del destacamento militar, que bajaba de la calle de Tlalchichilpa y sus familiares se asustaron por lo que le aconsejaron que se refugiara en otra parte, escogiendo la capilla de San Celso, que se encuentra en el panteón de la localidad, donde discretamente le llevaban sus alimentos.

Después de permanecer un tiempo con su familia, con precaución y bajo la amenaza de grandes peligros a causa de la persecución existente, hizo un viaje a la Ciudad de México. El primer día de camino llegó al pueblo de Pelcaya en compañía de uno de sus familiares. Poco tiempo tenían en la posada cuando se presentó un soldado federal, inquiriendo si entre ellos había un cura. El Padre Margarito Flores manifestó ser doctor.

En Tenango del Valle, Estado de México, se separó del familiar que lo acompañaba y tomó el tren hacia el Distrito Federal. Ya en la capital, se entregó con afán a colaborar en la solución del conflicto religioso incorporándose a las labores de la resistencia pacífica de los católicos. Tuvo por residencia la casa de la familia Calvillo, situada en la tercera calle de Hortensia número 47, cerca de la Villa de Guadalupe; dentro de ese lapso, y atraído por su afición a la pintura, estuvo asistiendo a la Academia de San Carlos con el fin de perfeccionar sus conocimientos, todo ello sin abandonar las tareas propias de su ministerio.

En junio fue aprehendido y llevado a la Inspección de Policía, junto con otros elementos que integraban la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Permanecieron prisioneros en el sótano hasta el mes de julio. Dándose cuenta de que con frecuencia sacaban a algunos presos para fusilarlos y que muchos de ellos se lamentaban por no disponer de un sacerdote que los fortaleciera y absolviera antes de morir, sin temor alguno manifestó:

“Gracias a Dios soy sacerdote y puedo confesarlos”.

La resignación y tranquilidad iluminaron ese amargo ambiente, y esa pequeña celda se transformó en un universo donde había mucho que hacer; sin embargo, la familia Calvillo consiguió del General Roberto Cruz la libertad del Padre Margarito Flores, y cuando se abrieron las puertas del sótano también hubo dolor en su alma.

Lo breve de su vida sacerdotal, menos de cuatro años, y lo difícil de las circunstancias, dada la persecución contra la Iglesia, no le permitieron desplegar ampliamente sus virtudes humanas y religiosas en su trabajo ministerial. Sin embargo aparece en el Padre Margarito una fe inquebrantable, una esperanza que trasciende todo y una caridad profundamente operativa.

Este sacerdote intrépido mostró siempre deseos del martirio. Cuando mataron al Padre David Uribe, su paisano, dijo:

“Ya mataron al Padre David y yo me voy a Guerrero a seguir su ejemplo, muriendo por la Iglesia Católica, si Dios me lo permite”.

Tal vez presintiendo la inminencia de su martirio, el Padre Margarito redoblaba su fervor en la ofrenda de su sacrificio y dedicación a su ministerio. En octubre de 1927, un día antes de salir con destino a Chilapa, lo dedicó a ofrecer su vida y su sangre en una Misa celebraba por la salvación de México, finalizando con una Hora Santa de meditación y desagravio les dijo a los asistentes:

“Me hierve el alma, yo también me voy a dar la vida por Cristo, voy a pedir el permiso al superior, y también me voy a emprender el vuelo al martirio”.

Decidió regresar a Chilapa a pie y al amparo de la noche, llevando consigo sus ornamentos y equipaje. La vía del ferrocarril fue parte de su sendero, hasta la ciudad de Iguala; de ahí partió para Zumpango del Río, donde escribió a su familia recomendándole no contestar hasta que él volviera a escribir.

En Chilapa, el 3 de noviembre sus superiores le ordenaron que se hiciera cargo de la parroquia de Atenango del Río, Guerrero. Partió el 10 de noviembre; a su paso por Tulimán se hospedó en casa de la Sra. Emilia Peralta, miembro de una familia originaria de Chilapa, para proseguir al día siguiente.

En esa casa también estaba el señor J. Cruz Pineda, Comisario Municipal, quien le proporcionó al joven Pedro José como guía para que lo acompañara hasta su destino. Antes de salir, el Padre Margarito le dijo a la familia que lo estaba hospedando:

“Si me llego a morir primero, y me toca entrar en la gloria, pediré un pedacito para ustedes”.

Al llegar a Atenango, el día 11 de noviembre, casi a las dos de la tarde, fue aprehendido en la casa del Sr. Anacleto Giles por las tropas federales, que lo condujeron ante la presencia del capitán Rosendo Manzo, que mandaba en aquella región.

Fue interrogado minuciosamente, con mofa y fuera de toda ética de autoridad consciente y responsable. Con el fin de percatarse de la verdad de lo declarado por el guía, a quien también había interrogado, fueron devueltos a Tulimán en calidad de prisioneros al cuidado de elementos de la tropa.

Sin consideración alguna, los soldados despojaron al Padre Margarito de todas las cosas que llevaba, dejándolo en ropa interior y con las manos amarradas con una soga que se encontraba atada a la silla de un jinete, y así, descalzo y al trote del caballo, salió la partida militar del pueblo de Atenango durante la madrugada del día 12 de noviembre de 1927.

Cinco horas recorrieron por ese camino de abundantes “yecapixtles”, que hicieron sangrar los pies del Padre Margarito, que sin alimento alguno y lleno de sed, recorría a paso veloz para no ser arrastrado por la fuerza del animal. El tormento se aumentó al salir el sol agobiante; y, cuando suplicó que le dieran un poco de agua, lo único que recibió fue empellones y golpes. En estas condiciones atravesaron la cañada de Tequicuilco, lo escabros de las tierras de Tecolotempa, y el lodoso paraje de Xolonga, llegando a Tulimán poco antes del medio día.

En Tulimán fue inmediatamente aprehendido el comisario quien confesó ratificando la inocencia del guía, por lo que éste obtuvo su libertad y el comisario quedó formalmente preso por el delito de ayudar al sacerdote.

El 12 de noviembre de 1927, un poco antes de las once de la mañana, el capitán ordenó a un teniente que a las once en punto le diera el gusto de oír la descarga de la ejecución. Acto seguido, el teniente fue al lugar en donde se encontraba el Padre Margarito para conducirlo al sitio señalado para fusilarlo. A su paso, en el trayecto de un corredor, estaba el comisario. Con breves palabras, el Padre Margarito alentó al Sr. Pineda diciéndole:

“Usted va a morir dentro de unas horas; lo espero ante la presencia de Dios”.

Ya cerca, el teniente le dijo que eligiera el lugar preciso para morir. Con toda serenidad caminó hacia la esquina posterior del templo, solicitando le permitiera unos instantes para elevar sus últimas plegarias al Todopoderoso. Le fueron concedidos, y después, acercándose a él uno de los soldados, le dijo que si lo perdonaba, a lo que el Padre Margarito contestó y profundamente conmovido que no sólo lo perdonaba, sino que también lo bendecía.

El Padre Margarito, quien apenas contaba con 28 años de edad, quiso que le fusilaran de frente y sin vendarle los ojos. Las órdenes fueron cumplidas… se oyó la descarga, misma que acabó con la vida del joven sacerdote, las balas le destrozaron la cabeza y le unieron para siempre a Cristo Sacerdote.

Durante tres horas el cadáver permaneció en ese sitio. La tropa iba de salida, y por orden del capitán, dos soldados tomaron el cuerpo por los pies y, a rastras, lo condujeron al panteón, donde de antemano otros soldados ya habían cavado la fosa. Sin respeto alguno fue arrojado el cuerpo, y luego la sotana, que anteriormente le habían quitado. Cubrieron la fosa y se retiraron. Los soldados no permitieron al pueblo asistir al sepelio.

Al Sr. Cruz Pineda, el comisario que había protegido al Padre Margarito dándole un guía y no denunciándole, lo fusilaron también en Tepetlapa, Guerrero. Aquí se repite el caso de un cristiano que muere por proteger a un sacerdote.

Ocho meses más tarde, aunque las cosas estaban todavía difíciles y no se podía actuar con mucha libertad, la Sra. Emilia Peralta, con mucha discreción y contando con la ayuda de los señores Nieves, Juan y Cirilo Chávez, Marcelino y Rafael Jiménez, Calixto Navarrete y Emigdio Ortiz, determinaron hacer una caja para colocar en ella los restos del Padre Margarito y trasladarlo al interior del templo parroquial para sepultarlo en el presbiterio, al lado del Evangelio.

Al exhumar los restos del Padre Margarito en el Panteón de Tulimán, con gran cuidado removieron la tierra y a escasos 80 centímetros encontraron el cuerpo incorrupto; pese al tiempo que había transcurrido desde su muerte, su sangre fluía con frescura, como lo afirman varios testimonios. Cuentan además que en ese año de 1928, la sequía se había manifestado en el poblado de Tulimán, pero al terminar la inhumación comenzó a llover fuertemente, regularizándose el temporal de lluvias en el pueblo y sus contornos.

En 1945, 18 años después de su martirio, los hermanos del Padre Margarito, Luis y Jesús Flores García, tramitaron la exhumación de los restos, previa consulta con las autoridades eclesiásticas de la Diócesis, en coordinación con el Párroco de Santa Prisca de Taxco, Don José Merced Corrales Mendoza y el Párroco de San Juan Bautista de Atenango del Río, Don José Ocampo Madrid.

El martes 8 de enero de 1946, por la tarde, en la capilla de Tulimán se comenzaron los trabajos para exhumar los restos que fueron colocados en una urna de madera. Con fervor, los lugareños velaron los restos y al día siguiente, los señores Luis y Jesús Flores, Francisco Torres Moreno, Isidro Mejía Olivares y Ernesto M. Olmedo, transportaron la urna en un automóvil, marca Packard, a la ciudad de Taxco, Guerrero.

El jueves 10 de enero de 1946, se celebraron las Solemnes Honras Fúnebres en el Templo de Santa Prisca y San Sebastián, en la que estuvieron presentes los familiares del sacerdote mártir. Terminado el acto eucarístico, la urna fue conducida a la Capilla del Cristo de la Preciosa Sangre, en el barrio natal del Mártir, a unos pasos de la casa paterna, donde discurrió la infancia del Padre Margarito.

El Siervo de Dios Margarito Flores García fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 por el Papa Juan Pablo II, en una ceremonia efectuada en el interior de la Basílica de San Pedro, junto con sus 24 Compañeros Mártires Mexicanos.

El Beato Margarito Flores García fue canonizado el 21 de mayo del Año Jubilar 2000 por el mismo Papa Juan Pablo II, durante la Solemne Misa que se realizó en la Plaza de San Pedro, donde también fueron proclamados Santos de la Iglesia Universal el grupo de 24 Compañeros Mártires, cuya lista encabeza el Sr. Cura Cristóbal Magallanes.

Las reliquias de San Margarito Flores García permanecen para su veneración en un nicho de la Capilla del Cristo de la Preciosa Sangre del Barrio de Ojeda, en Taxco, Guerrero. Ahí una lápida reza: “A la memoria del Presbítero Don Margarito Flores. Fusilado el 12 de noviembre de 1927. A la edad de 28 años en Tulimán. Sus familiares dedican esta placa con admiración, cariño y veneración. Taxco, Gro. 22 de febrero de 1946”.

ORACION

San Margarito Flores García
que, a pesar de haber vivido en la pobreza,
fuiste en tu juventud dócil a las inspiraciones
del Espíritu Santo
y que pediste de antemano
la gracia del martirio
por el bien de la Iglesia y de la Patria,
ruega por nosotros para que
un día en la presencia de Dios
podamos gozar eternamente
de tu gloriosa compañía.
Amén