LA ORACIÓN: Como un grito que sale del corazón |hacia el Jubileo 2025

Sigamos Orando en preparación al gran JUBILLEO 2025 | hoy les ofrecemos la reflexion: LA ORACIÓN: Como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios.

Este 2024 AÑO DE ORACIÓN EN PREPARACIÓN AL JUBILEO 2025 , se enmarca en el contexto de favorecer la relación con el Señor y ofrecer momentos de auténtico descanso espiritual. Necesitamos aprender a orar y el verdadero Maestro sólo puede ser Él, Jesús, el Hijo de Dios, que con la oración del Padre Nuestro revolucionó el mundo de la oración humana. Iniciemos este itinerario.

Situémonos en Jericó, ubicado cerca del río Jordán, Jericó es una de las ciudades más antiguas del mundo, cuyas ruinas son de un asentamiento que data de 8000 años antes de Cristo. Jericó es también el lugar evangélico en el que Jesús curó a dos hombres enfermos: Bartimeo, herido en su físico por la ceguera, y Zaqueo, herido en su alma por sus pecados (Lc 18-19)

Vayamos al Evangelio de San Marcos en su capítulo 10. Versos 46 al 52, que nos narra la historia de Bartimeo. Nos cuenta el evangelio que era ciego y se sentaba a mendigar al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó. No es un personaje anónimo, tiene un rostro, un nombre: Bartimeo, es decir, “hijo de Timeo”. Un día oye que Jesús pasaría por allí. Porque, efectivamente, Jericó era una cruce de caminos de personas, continuamente atravesada por peregrinos y mercaderes.

Entonces Bartimeo se pone a la espera: hará todo lo posible para encontrarse con Jesús. Mucha gente hacía lo mismo, recordemos a Zaqueo, que se subió a un árbol. Muchos querían ver a Jesús, él también.

Este hombre entra, pues, en los Evangelios como una voz que grita a todo pulmón. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo percibe por la multitud, que en un momento dado aumenta y se avecina… Pero está completamente solo, y a nadie le importa. ¿Y qué hace Bartimeo? Grita. Y sigue gritando. Utiliza la única herramienta que tiene: su voz. Empieza a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47). Y sigue así, gritando, y gritando cada vez más fuerte.

Sus gritos repetidos molestan, no resultan educados, y muchos le reprenden, le dicen que se calle. “Bartimeo, sé educado, ¡no hagas eso!”. Pero Bartimeo no se calla, al contrario, grita todavía más fuerte: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47).

Esa testarudez tan hermosa de los que buscan una gracia y llaman, llaman a la puerta del corazón de Dios. Él, Bartimeo, grita, llama. Esa frase: “Hijo de David”, es muy importante, significa “el Mesías” —confiesa al Mesías—, es una profesión de fe que sale de la boca de ese hombre despreciado por todos.

En ese proceso encontramos seis momentos:

  1. Bartimeo, grita a todo pulmón. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo percibe por la multitud
  2. Y Jesús escucha su grito. La plegaria de Bartimeo toca su corazón, el corazón de Dios, y las puertas de la salvación se abren para él. Jesús lo manda a llamar.
  3. Él, Bartimeo, se levanta de un brinco y
  4. Se deja Conducir a Jesús,  los que antes le decían que se callara ahora lo conducen al Maestro “¡Animo levántate! Te llama” (v.49).
  5. Expresa su deseo, Jesús le habla, le pide que exprese su deseo —esto es importante— y entonces el grito se convierte en una petición: “¡Haz que recobre la vista!”. (cf. v. 51) y
  6. Jesús le envía.. Jesús le dice: «Vete, tu fe te ha salvado» (v. 52).

Jesús le escucha, Le reconoce a ese hombre pobre, inerme y despreciado todo el poder de su fe, que atrae la misericordia y el poder de Dios. La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que clama para implorar el don de la salvación. El Catecismo afirma que «la humildad es la base de la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración nace de la tierra, del humus—del que deriva “humilde”, “humildad”—; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid., 2560-2561).

Bartimeo no ve, solo escucha a la multitud, y lo que Dios nos pide a nosotros es CAMINAR POR EL OÍDO (caminar en fe), y esto significa que a lo largo del camino de la vida, tenemos que seguir escuchando, a ver qué sigue y caminar en la fe. Así, es importante saber caminar por el oído, la vida humana es ESCUCHA PERMANENTE, y eso nos lo muestra nuestra fe, este hombre no ve, solo se levanta y con la agudeza de su oído sabe, como por dónde está Jesús, porque escucha su voz, y las cosas de la fe no las vamos a poder ver con la claridad de los ojos, sino con la nitidez y agudeza del oído de la fe.

La fe, como hemos visto en Bartimeo, es un grito; la no fe es sofocar ese grito. Esa actitud que tenía la gente para que se callara: no era gente de fe, en cambio, él si. Sofocar ese grito es una especie de “ley del silencio”. La fe es una protesta contra una condición dolorosa de la cual no entendemos la razón; la no fe es limitarse a sufrir una situación a la cual nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no fe es acostumbrarse al mal que nos oprime y seguir así.

La oración, como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios, con el grito de Bartimeo, iniciamos este itinerario de la oración. Bartimeo es un hombre perseverante. Alrededor de él había gente que explicaba que implorar era inútil, que era un vocear sin respuesta, que era ruido que molestaba y basta, que por favor dejase de gritar: pero él no se quedó callado. Y al final consiguió lo que quería.

Dejarte conducir es un paso que no podemos obviar, para eso “La Iglesia es una gran escuela de oración. Muchos de nosotros aprendimos a rezar nuestras primeras oraciones sentados en las rodillas de nuestros padres o abuelos. Tal vez apreciamos el recuerdo de nuestra madre y nuestro padre, que nos enseñaron a recitar oraciones antes de dormir. Todo en la Iglesia nace en la oración, y todo crece gracias a la oración” (SS Francisco 14/04/2021).

Y expresar tu deseo o anhelo de tu corazón es más que necesario, estando frente a Jesús. Más fuerte que cualquier argumento en contra, en el corazón de un hombre hay una voz que invoca. Todos tenemos esta voz dentro. Una voz que brota espontáneamente, sin que nadie la mande, especialmente cuando nos encontramos en la oscuridad: “¡Jesús, ten compasión de mí! ¡Jesús, ten compasión mi!”. Hermosa oración, ésta.

Jesús le dijo: “Vete tu fe te ha salvado” y al instante recobro la vista”.(v 52). Cuando te has encontrado con Jesús, la respuesta más ovia será ir a proclamar la salvación y el Amor de Dios, a tu prójimo, a quienes tenemos más próximos.

Los discípulos de Jesús reconocemos que Él (Jesús) es el primer y más grande evangelizador enviado por Dios (cf. Lc 4, 44) y, al mismo tiempo, el Evangelio de Dios (cf. Rm 1, 3). Creemos y anunciamos “la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). Como hijos obedientes a la voz del Padre queremos escuchar a Jesús (cf. Lc 9, 35) porque Él es el único Maestro.

Como discípulos suyos sabemos que sus palabras son Espíritu y Vida (cf. Jn 6, 63. 68). Con la alegría de la fe somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación. (Aparecida 103)

Oremos:

Señor Jesús, me acerco a tu palabra con la confianza de un niño. Sé que me quieres hablar a través de ella, pero muchas veces no descubro lo que me quieres decir. Abre mis oídos, Señor, para escucharla y mis ojos para poder descubrir tu presencia atenta y amorosa.

Del santo Evangelio según san Lucas 18, 35-43

En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el Nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».

Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» Él le contestó: «Señor, que vea». Jesús le dijo: «Recobra la vista; tu fe te ha curado».

Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

Oración: Señor, Yo también necesito de tu compasión. Tantas veces descubro que estoy lleno de debilidades, lleno de miserias y no sé a quién acudir. Como el ciego, me siento al borde del camino, no tanto a llorar mis faltas como a lamentarme de mi estado. Hoy pasas una vez más a mi lado; quiero levantarme y pedirte que me sanes, que me acerques más a ti.

Sé que habrá voces que traten de desalentarme. Tal vez mis problemas, mis amigos o incluso mi familia intenten hacerme dudar del gran amor que me tienes. Aun así, pido tu ayuda, Señor, porque sin ti no puedo hacer nada. Jesús «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Amen