LA ORACIÓN: El Espíritu Santo autor de nuestra oración

Este 2024 AÑO DE ORACIÓN EN PREPARACIÓN AL JUBILEO 2025 , enmarcados en el contexto de favorecer la relación con el Señor y ofrecer momentos de auténtico descanso espiritual, continuemos este itinerario de Oración para descubrir al  El Espíritu Santo autor de nuestra oración

A donde nos lleva el Espíritu Santo?.- Sabemos que, durante su actividad mesiánica, el Maestro se retiraba frecuentemente a lugares solitarios para orar y que pasaba en oración noches enteras (cf. Lc 6, 12). Para esta oración prefería los lugares desiertos, que se prestan mejor para la conversación con Dios, una conversación que responde tan bien a la necesidad y a la inclinación de todo espíritu sensible al misterio de la trascendencia divina (cf. Mc 1, 35; Lc 5, 16).

De forma similar actuaban Moisés y Elías, tal como nos lo refiere el Antiguo Testamento (cf. Ex 34, 28; 1 R 19, 8). El libro del profeta Oseas nos aclara que existe una inspiración particular a la oración en los lugares desiertos: Dios lleva al hombre al desierto para «hablar a su corazón» (cf. Os 2, 16).

Cuando en la biblia se habla del desierto, podemos distinguir dos lugares en el mismo termino. Quizás el texto bíblico que más nos acerca a nuestro concepto tradicional de desierto sea el Deuteronomio 8,15: “… desierto vasto y terrible, con serpientes de hálito abrasador y escorpiones, región árida carente de agua…”, pero también se habla de un paraje solitario por donde no pasa nadie, los autores sagrados emplean la palabra “Yesîmôn”. Recuérdese el texto de Isaías sobre la restauración del Pueblo de Dios, tras el destierro babilónico, figura del pueblo mesiánico: “He aquí que voy a realizar cosa nueva… Ciertamente en el desierto trazaré un camino…” (Is 43,19).

Así, dios quiere encontrarse contigo en el desierto, en ese paraje solitario donde solo estes tu y Él, donde te pueda hablar al corazón. “Por tanto, he aquí, la seduciré, la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón”. (Os 2,14)

PUEDE INTERESARTE: 2024 PREPARACION AL JUBILEO 2025

El Espíritu Santo se manifiesta como Espíritu de oración. Por consiguiente, de algún modo, el Espíritu Santo traslada a nuestros corazones la oración del Hijo, que dirige ese grito al Padre (“Abba”. Gal 4,6). Por medio de la oración profesamos nuestra fe, conscientes de la verdad de que «somos hijos», «herederos de Dios» y «coherederos de Cristo». La oración nos permite vivir de esta realidad sobrenatural gracias a la acción del Espíritu Santo que «se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rm 8, 16).

El Espíritu Santo se presenta como el autor de la oración.- San Pablo nos presenta, al Espíritu Santo como el autor de la oración cristiana. En primer lugar, porque estimula a la oración. Es él quien engendra la necesidad y el deseo de obedecer el consejo de Cristo, especialmente para la hora de la tentación: «Velad y orad…; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26, 41). Da fuerzas para orar, y reconocer, que en la condición de hombres , se tiene necesidad de orar para resistir a la tentación y no caer víctimas de la debilidad humana,y para llevar a cabo la misión a la que somos llamados.

El Espíritu Santo viene en nuestra ayuda.-  En la carta a los Romanos el Apóstol Pablo, muestra, con palabras sumamente penetrantes, que «el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26). Pablo nota que, de algún modo, eso gemidos inefables brotan también de lo más íntimo de la creación, que «deseando vivamente la revelación de los hijos de Dios (…) gime hasta el presente y sufre dolores de parto con la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción» (Rm 8, 19, 21-22).

Nos encontramos en la raíz más íntima y profunda de la oración. Pablo nos lo asegura y, por tanto, nos ayuda a entender que además de impulsarnos el Espíritu Santo a la oración, él mismo ora en nosotros.

El Espíritu Santo autor de nuestra oración

El Espíritu Santo está en el origen de la oración que refleja del modo más perfecto la relación existente entre las Personas divinas de la Trinidad, y es la oración de alabanza y de acción de gracias, con que se honra al Padre y, con él, al Hijo y al Espíritu Santo. Esta oración estaba en boca de los Apóstoles el día de Pentecostés, cuando anunciaban «las maravillas de Dios» (Hch 2, 11). Lo mismo acaeció en la casa del centurión Cornelio cuando, durante el discurso de Pedro, los presentes recibieron «el don del Espíritu Santo» y «glorificaban a Dios» (cf. Hch 10, 45-47).

San Pablo interpreta esta primera experiencia cristiana, que se convirtió en patrimonio común de la Iglesia de los orígenes, cuando en la carta a los Colosenses, tras haberles deseado: «La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza» (Col 3, 16), exhorta a los cristianos a permanecer en la oración, cantando a Dios de corazón y con gratitud himnos y cánticos inspirados, instruyéndose y amonestándose con toda sabiduría, y les pide que este estilo de vida de oración sea aplicado a todo lo que hagan: «Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre» (Col 3, 17).

El Espíritu Santo hace brotar la Oración de Alabanza y Acción de Gracias.- La oración es la fuente de vida interior y la más excelente. El autor principal de esta vida es el Espíritu Santo, que fue también el artífice principal de la vida de Oración de Cristo, el Señor. Leemos en el evangelio de San Lucas: «En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”» (Lc 10, 21). Esta es una oración de alabanza que, como lo dice el evangelista, brota del gozo interior de Jesús «en el Espíritu Santo».

Es el Espíritu Santo quien impulsa a esa oración y la forma en el corazón del hombre. La «vida de oración» de los santos, de los místicos, de las escuelas y corrientes de espiritualidad, que se desarrolló en el cristianismo durante los siglos siguientes, sigue la línea de la experiencia de las comunidades primitivas. Y en esa misma línea se mantiene la liturgia de la Iglesia, como se manifiesta, por ejemplo, en el Gloria in excelsis Deo, cuando decimos; «Por tu inmensa gloria…, te damos gracias»; de igual forma, en el Te Deum, alabamos a Dios y lo proclamamos Señor. En los Prefacios también vuelve la invitación invariable: «Demos gracias al Señor, nuestro Dios», y a los fieles se les invita a dar su respuesta de asentimiento y participación: «Es justo y necesario». Es hermoso repetir con la Iglesia orante, al final de cada salmo y en muchas otras ocasiones, la breve, densa y espléndida doxología del Gloria Patri: «Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…».

La glorificación de Dios, Uno y Trino, bajo la acción del Espíritu Santo que ora en nosotros y por nosotros, tiene lugar principalmente en el corazón, pero se traduce también en las alabanzas oralespor una necesidad de expresión personal y de asociación comunitaria en la celebración de las maravillas de Dios.

El alma que ama a Dios se expresa a sí misma en las palabras y, fácilmente, también en el canto, como ha sucedido siempre en la Iglesia, desde las primeras comunidades cristianas. San Agustín nos informa de que «san Ambrosio introdujo el canto en la Iglesia de Milán» (cf. Confesiones, 9, c. 7: PL 32, 770) y recuerda que lloró escuchando «los himnos y cánticos que se elevaban en tu Iglesia, lleno de una profunda emoción» (cf. Confesiones, 9, c. 6: PL 32, 769).

También el sonido, de los instrumentos, puede ayudar en la alabanza a Dios, cuando los instrumentos sirven para «transportar a las alturas (rapere in celsitudinem) los afectos humanos» (Santo Tomás de Aquino, Expositio in psalmos, 32, 2). Así se explica el valor de los cantos y de los sonidos en la liturgia de la Iglesia, pues «sirven para excitar el afecto con relación a Dios… (también) con las diversas modulaciones de los sonidos» (Santo Tomás, Summa Theologica, II-II, q. 92, a. 2; cf. San Agustín, Confesiones, 10, c. 22: PL 32, 800).

Si se observan las normas litúrgicas, se puede experimentar también hoy lo que san Agustín recordaba en aquel otro pasaje de sus Confesiones (9, c. 4, n. 8): «¡Qué voces elevé, Dios mío, hasta ti al leer los salmos de David, cánticos de fe, música de piedad! (…) ¡Qué voces elevaba hasta ti al leer aquellos salmos! ¡Cómo me inflamaba de amor a ti y de deseo de recitarlos, si hubiera podido, delante de toda la tierra…!».

Eso acontece cuando, tanto los individuos como las comunidades, secundan la acción íntima del Espíritu Santo.

Oremos:

Oh Espíritu Santo, amor del Padre, y del Hijo,

Inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir;

cómo debo decirlo, lo que debo callar;

cómo debo actuar, lo que debo hacer

para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia Santificación

Espíritu Santo dame agudeza para entender, capacidad para retener,

método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar. Amen

HGA | CODIPAC CHILPANCINGO-CHILAPA